TW
0

Me cuesta trabajo asumir que un producto tan cotidiano y cuasi imprescindible como el tomate, que está en la tienda entre verduras, sea una fruta. Los entendidos dicen que sí. En cualquier caso, ni sandías, ni melones, ni ciruelas, que el tomate sigue siendo el rey del verano y se merece un homenaje antes de que nos metan en la vorágine del curso, concentraciones de rebelión y sesiones de investidura. Sospecho un poco de nostalgia en lo tocante a ensalada por el dulzón salino del famoso raff o el, para privilegiados, mítico de Formentera. No importa, porque cuando se abra el otoño la ilusión se pone en el de ramellet, esa variedad autóctona que mantiene sofritos y pambolis hasta que llegue el verano y la nueva cosecha en tierra, porque los invernaderos te pueden engañar en aspecto y color pero jamás en sabor. Recuerda que en los últimos certámenes de los mejores tomates siempre gana un ‘ramellet secano’ de Manacor, ahora no recuerdo la finca, probablemente insuperable. Quizá irreproducible en otras regiones. Como las ensaimadas, como las sobrasadas. Confieso que lo he intentado en un humilde huerto del sureste con semillas mallorquinas, parecidas características de tierra, temperatura y periodos de riego. Si, una cosecha generosa para las necesidades familiares, espléndidos de apariencia, aunque sin esa chispa que da en la boca restregado sobre pan payés con sal y aceite (por este orden). No me va bien en ensalada, pero es único en lo suyo. En fin, que no cejaré en intentar la copia perfecta. Como homenaje.