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La semana pasada se hicieron virales las declaraciones de Tim Gurner. Gurner, empresario inmobiliario, CEO y fundador del grupo Gurner, dijo que «los trabajadores se han vuelto arrogantes desde la COVID y tenemos que acabar con esa actitud». Para reconducir la situación y acabar con la arrogancia de los trabajadores, según Gurner, el desempleo ha de aumentar en un 40 %-50 %. Las palabras del magnate inmobiliario no pueden ser más claras: «Tenemos que acabar con esa actitud y eso tiene que venir a través de dañar la economía, que es lo que todo el mundo está tratando de hacer. Los gobiernos de todo el mundo están tratando de aumentar el desempleo para llegar a algún tipo de normalidad y lo estamos viendo. Creo que todos los empresarios lo están viendo». Pese a la indignación que han generado las palabras de Gurner, creo que se ha de valorar que un empresario capitalista de primera fila se sincere y defienda de forma tan clara sus intereses en público. Además, creo sinceramente que Gurner representa la opinión general de los grandes grupos empresariales y de las élites económicas. Me explico.

Hoy las grandes empresas baten récords de ganancias y, sin embargo, están buscando enfriar la economía, tal y como ha afirmado Gurner. No es fácil entender la actual actitud de los grandes grupos empresariales, puesto que el aumento de la producción y del empleo no beneficia sólo a los trabajadores, sino también a los empresarios, que ven aumentar sus ganancias: sabemos que a mayor producción (y por tanto mayor empleo), mayores ganancias empresariales. Además, sabemos que el aumento de salarios resultante del mayor poder de negociación de los trabajadores en situaciones de elevado empleo tiende más a aumentar precios que a reducir las ganancias empresariales, tal y como está ocurriendo ahora. Entonces, ¿por qué ese empeño en enfriar la economía?

El gran economista de Cambridge Michał Kalecki argumentaba ya en 1943 que los grandes grupos empresariales muestran una postura contraria al pleno empleo debido a los cambios sociales y políticos que resultan de éste. Bajo un régimen de pleno empleo permanente, la amenaza del despido deja de desempeñar su papel como medida disciplinaria. Así, la clase trabajadora se vuelve más ‘arrogante’ y se atreve a cuestionar la posición social del empresario. La conclusión de Kalecki es clara: Pese a que en principio una situación de pleno empleo permanente beneficia tanto a trabajadores como a empresarios, los dirigentes empresariales aprecian más la ‘disciplina en las fábricas’ y la ‘estabilidad política’ que los beneficios. Su instinto de clase les dice que el pleno empleo duradero es poco conveniente para sus intereses.

Desde luego que estoy simplificando los argumentos y obviando muchos aspectos relevantes en este debate (grado de monopolio, exposición a la competencia internacional de los distintos grupos empresariales, etc.); pero considero muy vigente la idea de Kalecki de que el pleno empleo tiene importantes consideraciones políticas y un papel determinante en la lucha de clases. El propio Warren Buffett admitió que los capitalistas son plenamente conscientes de que esa lucha existe… y de que la están ganando.