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El general Valeriano Weyler a su regreso de Cuba trajo consigo, como trofeos de guerra, el reloj, el revólver y la silla que utilizaba el líder independentista Antonio Maceo, muerto en un encontronazo con el ejército español. Sin duda alguna, la huella que dejó el general en su paso por la isla caribeña fue intensa, sin medias tintas. Su política de ‘concentración’ de la población campesina (las estimaciones más moderadas hablan de no menos de 300.000 personas muertas) le situó en el centro de las criticas de la prensa norteamericana de los magnates Hearst y Pulitzer, que lo consagraron como ‘uno de los villanos de la historia’ universal. Por su parte, son muchos los expertos, militares e historiadores, que consideran que la ‘concentración’ promovida por Weyler fue el antecedente directo de los konzentrationslager de la Alemania nazi. Escenarios de genocidio, asunto grave. El juicio popular con el general no fue menos benevolente, los cubanos le pusieron el nada equívoco apodo de ‘el Carnicero’.

La silla del jefe mambí Maceo, un simple tronco de palmera tallado, en la actualidad está cedida al Gobierno cubano y depositada en el Museo de los Capitanes Generales de la Habana. Cuando, por fin, el objeto parecía reposar donde le corresponde y merece, en el acuerdo de gobierno firmado por el PP y Vox en el Ayuntamiento de Palma aparece la exigencia al Gobierno de Cuba de su devolución. La petición debiera hacerse al Gobierno español, competente en asuntos foráneos. Pero, por su fatuidad, el tema bien merecería aparecer en el listado de peticiones inútiles, como tantas otras de los ‘extraderecha’. Una relación de caprichos que sirven para entretener, en este caso, antojos castrenses.

Zhuang Zi, taoísta chino del siglo IV a. C., coetáneo de la escuela cínica de la antigua Grecia, afirmaba que «pocos conocen la utilidad de lo inútil» (lo cita Simon Leys en su Breviario de saberes inútiles). Sugerente. Seria abracadabrante que PP y Vox fueran el yin y el yang, que son entidades independientes, pero que funcionan como una unidad. No suena descabellado. En este caso, además de contener demandas inútiles, el listado resultaría innecesario, pues el acuerdo llevaría tiempo funcionando de facto, sin ningún papel escrito, como todos sospechaban. Pero, sobre todo, lo más divertido del asunto es la posibilidad que el pensamiento teocon de los próceres municipales (el pacto habla de abrir el ayuntamiento por el Corpus y por Semana Santa) tenga influencias orientales y que, realmente, sean expertos en el arte de lo inútil. En cierta manera, una unión un tanto incestuosa, aunque no se sabe exactamente bajo qué rito.

Simon Leys, a modo de prologo, en su Breviario habla de la escuela de la inutilidad de Singapur, a la cual pertenecía, y cuenta que estaba situada en un prado junto a una carretera, para enseguida apostillar que «Singapur aún tenía campo en aquel tiempo». La frase tiene su miga, me hizo pensar en una Mallorca distópica y su posible relación con la utilidad de las cosas inútiles. Ciertamente, la lista de caprichos que incluyen las minutas de gobierno recién firmadas cuenta poco, acaso para la casposa guerra cultural que se ha inventado la derecha nacional populista para huir de los debates reales. Son cortinas de humo, una inutilidad perversa, que esconden un mercado postpandémico excitado y efervescente, un aumento de la presión especulativa sobre el territorio y un dejar hacer enfermizo y un preocupante abandono del interés general. Soldaditos de plomo.