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Compramos las petunias a principios de julio. Pensamos: en agosto estarán muertas. Aun así, nos las llevamos a casa y las colocamos en la jardinera. Ese rincón de casa es como una selva en miniatura. Me dije: no las voy a olvidar. Cada día les daba de beber, les contaba algunas cosas, nada especial, asuntos triviales, sin importancia. Ellas resistían, crecían, se hacían fuertes. Algunas tardes, embadurnado de repelente de mosquitos, salía a leer junto a las petunias. Cosas breves: poemas de Cristina Peri Rossi, de Juan Vicente Piqueras; cuentos de Primo Levi, artículos de Susan Sontag. A veces me ponía música de fondo, nada demasiado estridente. Angelo De Augustine, por ejemplo. Me encanta esa canción suya, esa que dice: Time keeps on coming / I’ve been all around / I’ll keep on running. Y es curioso que me guste, pienso; hace tiempo que dejé de correr y no lo extraño. Ahora picoteo lecturas, canciones, momentos, todo sin moverme de mi selva en miniatura. Y diría que resisto, que crezco, que me hago fuerte. Sol, agua, palabras: la receta de mi abono.