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Es necesario poner las luces de Navidad a mediados de septiembre? No nos comamos la vida de esta manera. Devoramos el calendario avanzando siempre el futuro. Me niego. No se puede jugar a vivir por delante de nosotros mismos. Solo sirve para crear una sociedad ansiosa, que no sabe disfrutar el día a día, sino que se anticipa a lo que aún está por llegar.

No creo que sea una buena idea ver, a finales de julio, en plenas vacaciones de verano, publicidad sobre el curso escolar que comienza. Es una forma de no vivir. También es un no vivir esta prisa ansiosa por llenar de luces las ciudades tres meses antes de Navidad. Son luces que no vamos a encender aún. Simplemente van a recordarnos que los turrones están a la vuelta de la esquina.
Nuestros hijos han empezado las clases. Las universidades justo acaban de reabrir sus puertas. Podemos sentir el olor del verano. No hemos renunciado a pisar la arena, ni a los chiringuitos, ni a los días largos. Sin embargo, las luces que no alumbran el cielo nos recuerdan que nos quedan dos telediarios para llegar a la Navidad.

Me dicen que se empieza con tanta antelación porque las ciudades tienen muchas calles y lleva tiempo alumbrarlas. ¿Es una tomadura de pelo? ¿Cuántas personas se dedican a colgar bombillas? ¿Con qué falta de celeridad lo hacen?

Como pasamos rápido por la vida, muchas personas no verán aún las luces. Somos distraídos. De repente alguien levantara la mirada y descubrirá que ya están colgadas y le invadirá la nostalgia. Ese alguien puedo ser yo o usted mismo que ahora me lee. La nostalgia por todas y cada una de las Navidades vividas, por aquellos que amamos y perdimos. Es curioso: acelerar el futuro nos lleva a recordar el dolor del pasado. Somos complicados.

Las luces son como las estrellas: nacen y mueren. Alguien cuelga miles de bombillas erróneamente a finales de verano pero, en un abrir y cerrar de ojos, habrán pasado las fiestas de San Sebastián y tocará descolgarlas. Estaremos en pleno invierno, aunque ahora aún sea verano. Las estaciones de precipitan. Nosotros somos los culpables. Ya lo dijo Jorge Manrique, el gran poeta: cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando.