TW
6

Si nuestro sistema electoral fuera como el inglés, los electores tendrían ocasión de sentarse frente a Josep Mercadal, Milena Herrera y Francina Armengol y preguntarles por el sentido de su voto en el caso de tener que decidir sobre la amnistía a los independentistas catalanes huidos, condenados e indultados o pendientes de juicio. Mercadal y Herrera, aunque desconocidos, también son, como Armengol, diputados por Baleares en el Congreso.

Pero no es el caso. Se han encontrado con el cargo por haber formado parte de una lista cerrada y bloqueada decretada por la secretaria general del PSOE, la misma Francina Armengol que se reservó la primera plaza. Y no se espera de ellos que desarrollen ideas propias, sino obediencia y sumisa fidelidad al diktat del líder máximo, Pedro Sánchez. En este aspecto, el PSOE no se diferencia del resto de partidos. Las listas las hacen los dirigentes. Y chitón. Donde sí marca perfil propio la organización de Sánchez es en la disposición a renegar del estado construido durante los últimos cuarenta y cinco años a cambio de los siete votos del presunto delincuente Carles Puigdemont (presunto por no haber podido ser juzgado al haberse fugado en la innoble posición de agazapado en el maletero de un coche), hacer tabula rasa con las instituciones democráticas para instaurar el olvido del atentado contra la Constitución perpetrado por los independentistas. Una amnistía que, no lo ocultan, sería el punto de partida para repetir un proceso que ya no encontraría obstáculo alguno al haber conseguido de Sánchez la supresión del delito de sedición. Por respetables que pudieran ser sus objetivos, si fuera el caso, la intención de hacerlo por encima y al margen de la Constitución los convierte en delincuentes y al presidente en funciones en cómplice, porque éstas son las alianzas por la que ha optado: Puigdemont, Junqueras, Otegi, el PNV, BNG y todos los demás.

Tiene razón, por tanto, Alfonso Guerra, al calificar de insoportable la entrega incondicional de su partido a las exigencias de los socios de Sánchez. Y la tiene Felipe González cuando afirma que la Constitución no es un chicle que se deforma a conveniencia del inquilino de la Moncloa. Y la tiene Page, el presidente manchego, al recordar que el PSOE no incluía la amnistía de los independentistas en su campaña electoral. Y la tienen tantos otros ex dirigentes socialistas a quienes la dirección actual descalifica como «dinosaurios» sin siquiera contemplar que puede haber muchos más dinosaurios y no solo en su partido. Porque también tiene razón Aznar al levantar la voz contra la deriva de Sánchez. Con todo desparpajo, la portavoz del gobierno, utilizando vilmente una vez más la tribuna del consejo de ministros, lo ha llamado golpista. De traca: quienes negocian con los golpistas, acusan de lo mismo a cualquiera que se oponga a sus designios. Parece evidente el temor del sanchismo a la movilización popular en defensa de la Constitución. Solo por ahí puede llegar la reculada de Sánchez: repetir elecciones con el marchamo de haber parado los pies a los independentistas. A nadie sorprendería otra pirueta.

¿Y nuestros diputados? Armengol, al frente del Congreso, en primer tiempo de saludo para lo que precise el jefe, y Mercadal y Herrera, a la espera de instrucciones.