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Cuando una institución política no tiene detrás una esfera pública en la que los ciudadanos y medios de comunicación hacen un seguimiento crítico constante de la gestión se convierte en una balsa de aceite en la que los incompetentes y los corruptos pasan desapercibidos. ¿Quién en Europa ha escrutado al Parlamento Europeo a propósito de los pagos que recibieron algunos diputados por parte de Qatar? ¿Quién ha prestado atención a la gestión de la Comisión Europea por la desastrosa compra de las vacunas contra el coronavirus? Cada país atiende a lo suyo y la Unión Europea se ha quedado en terreno de nadie, sin un escrutinio acorde con su importancia.

Por eso, cuando hace unos días me encontré con un medio de comunicación que destrozaba la gestión de Josep Borrell como responsable de las relaciones exteriores de Europa, me quedé sorprendido. Investigué un poco más y comprobé que las críticas al político español parecen generalizadas, con una última gota de torpeza, especialmente en un socialista, al decir tras el triunfo español en el Mundial de Sidney, que «las mujeres parece que han aprendido a jugar al fútbol tan bien como los hombres». De no ser quién es, le habrían hecho dimitir por insinuar que las mujeres podrían ser peores que los hombres en el fútbol. ¡Tremendo! Cuando digo «destrozar», no exagero: Borrell, a quien apenas le resta un año para acabar su mandato, se ha convertido en un «desastre» europeo, para emplear las propias palabras de esos mismos medios.

Su gestión «caótica» incluye felicitar al Ecuador por haber celebrado unas elecciones que Borrell en su mensaje califica de «pacíficas», pese a que un candidato a presidente fue asesinado y hubo varios muertos más. Igualmente, nadie en Bruselas olvida la desafortunada rueda de prensa en Moscú, en febrero de 2021, en la que Sergey Lavrov ridiculizó a Borrell, sentado a su lado, calificando a Europa como un «socio no fiable». Nuestro representante habló después, como si nada.

Otro ‘gran’ desliz, en noviembre de 2019, cuando aún era ministro español de Exteriores, fue tuitear un documento confidencial referido a la petición española de extradición a Gran Bretaña de una prófuga del gobierno de Puigdemont, lo cual se recuerda aún hoy, especialmente por el precedente que marcaba.

De alguna manera, el célebre error de febrero de 2022, es heredero del anterior: tuvo lugar cuando Borrell anunció antes que nadie que Europa iba a suministrar aviones de combate a Ucrania, señalando que algunos países de los veintisiete tenían el material correcto para esta guerra. Todo era tan verdadero como secreto: se había discutido de forma confidencial y nuestro compatriota de un plumazo lo descubría todo. Después, tal vez arrepentido, volvió a salir a los medios para decir que no, que finalmente no se entregarían los aviones por falta de dinero. La mentira no arregló nada, como era de esperar.

No hace aún un año, Borrell volvió a meter la pata cuando tuvo un momento de inspiración poética y afirmó que «Europa es un jardín donde todo funciona. La mayor parte del resto del mundo es una selva y la selva puede invadir el jardín». Borrell dijo lo que pensaba, pero olvidó que Europa juega a políticamente correcta y por eso le llovieron las críticas por tener tonos racistas, incluso colonialistas. Borrell lo intentó arreglar diciendo que no lo habían interpretado correctamente.

Uno podría comprender este desastre si España hubiera enviado a Europa a un político del montón. Pero no es el caso. Borrell es uno de sus políticos más prestigiosos: empezó a ser conocido como secretario de Estado de Hacienda y después fue ministro de Obras Públicas y Transportes con Felipe González; fue candidato socialista a presidente del Gobierno, aunque tuvo que dimitir porque los socialistas le hicieron una jugada sucia en Barcelona; presidió el Parlamento Europeo y ocupó el ministerio español de Exteriores con Pedro Sánchez. Es decir que estamos ante lo mejor de nuestra política que, sin embargo, ha acumulado críticas demoledoras y, encima, muchas de ellas por no saber situarse en lo políticamente correcto, especialidad socialista.

Este nivel de torpeza nos obliga a reparar en que Borrell no fue elegido por la presidenta de la Comisión, que tampoco lo puede destituir. Es el modo ‘innovador’ que tiene Europa para (no) funcionar: los comisarios se eligen por cuotas por países, lo que convierte en una misión casi imposible removerlos.

Sorprendentemente, sin una esfera pública europea y sin que en España nadie hable del ridículo de nuestro representante, es evidente que nadie se pregunta por el papel de Europa en el mundo y por la actuación de Borrell en este sentido. Como nadie dijo una palabra de la pobrísima gestión de su antecesora, la italiana Federica Mogherini. Este es el precio de una Unión Europea que no tiene detrás una sociedad y unos medios críticos que fulminen a sus gestores desafortunados.

Estos días, cuando Borrell está a punto de entrevistarse con su homólogo chino, es oportuno preguntarse a dónde va Europa. No es únicamente que Borrell haya metido la pata en cuanto charco existe sino que parece que no hay nadie con una idea clara del papel presente o futuro del continente en el mundo. Ni siquiera Borrell.

En cierta forma, la respuesta a este caos nos la da el mundo cuando en general se muestra convencido respecto del declive político y económico europeo. Es más que probable que no se equivoque: aquí hay dos potencias y a nosotros nos queda el papel de bufones. Borrell, en ese caso, no desentona.