TW
2

Queridos padres y madres: ¿Notan ustedes raros a sus hijos e hijas ahora que se acaba el verano, y con él las vacaciones? Hagan memoria, ustedes también los han vivido. Son los amores de verano, los romances de vacaciones, esos amores cortos, urgentes, tímidos, fervientes, alegres, nuevos. Idilios que brotan ilusionados en pandillas de gente nueva, a veces extraña (¿recuerdan las suecas y nativos de antaño?), romances de pura coincidencia y que suelen dejar un recuerdo tan ligero como imborrable, breve y bello como unas vacaciones.

Son amores que brotan como flores de estío en el camping, en la playa, en la excursión cultural, en el pueblo de los abuelos –con sus verbenas y fiestas–, en las noches de jardines perfumados, en las terrazas y en la música de las discotecas de verano. Amores para citas furtivas bajo las estrellas, en aquel primer coche de tercera mano, sobre la arena de la playa o en la esquina oscura. Amores ligeros y fuertes a un tiempo como las olas y la brisa, de los que saben a vitalidad, a libertad, a optimismo, a primer beso y a sal y sudor de verano, romances que son ensayos del querer futuro. Después, con la vuelta a casa, llegan las promesas de eternidad, de que lo nuestro no acaba aquí, durará siempre, ya nos llamamos y escribimos por whatsapp, no te olvidaré, te quiero mucho... justo hasta el momento de despedirse, tal vez hasta el próximo verano, cuando ya somos otros, pero más probablemente hasta nunca. Como no tuvieron tiempo para acabar mal, siempre recordamos las aventuras de verano con nostalgia.

Son amores fundamentalmente adolescentes: de hecho, a cualquier edad son amores adolescentes, pues aun cuando somos mayores y los recordamos o vivimos nos llevan siempre a aquella divina adolescencia y primera juventud, a los paseos en bicicleta, a los baños con poca ropa y al palpitar de corazones. Son amores bellos y fugaces como las estrellas de agosto. Provocan una tristeza que acompaña a los primeros días de vuelta al instituto, la facultad, el trabajo, y que en ellos se disipa. Se aprende mucho de esos amores. Padre, madre, consuele a su hijo o hija, tal vez estos días lo necesiten, aunque no digan nada. Son cosas del aprender a amar.