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La tormenta que asoló Palma el pasado domingo tronchó muchas ramas de más de un centenar de árboles. Algunos ejemplares no pudieron soportar las fuertes ráfagas y cayeron al suelo para siempre. Para siempre puede que queden los huecos que dejan. Lo digo porque en este mismo mes de agosto el Ayuntamiento apagó también para siempre el contador de árboles que puso el anterior alcalde en la plaza de España a la vista de todos. Peligroso artefacto el de la repoblación forestal para el nuevo alcalde, que mandó a una brigada para desmantelarlo definitivamente. No dejó ni rastro del artilugio que ya contabilizaba más de mil plantaciones y que tenía como promesa política llegar a los diez mil en una ciudad deficitaria en árboles y espacios verdes.

Dicen los que ahora mandan en Cort que no quieren actos virtuales, que quieren hechos. No sé si los de antes nos mentían, pero ahora lo real, lo no virtual es que el contador ha sido extirpado por la vía de urgencia. No merece la pena el gasto en ajuste y mantenimiento. Se desconoce si tienen un plan, cuando en muchas ciudades y pueblos hace meses que habilitan espacios de aceras y parques y aprovechan los que hay en los entornos de colegios y otros centros para crear refugios climáticos al amparo de la sombra de los árboles. Otros entoldan temporalmente las calles más transitadas. Nada como el arbolado. Por cierto, a ver cómo está la reposición después de aquella borrasca Juliette de febrero que arrasó miles de ejemplares en la Serra. Y esta noche, la superluna azul. Con arbolado se vería peor.