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Cuando Núñez Feijóo acusa a Pedro Sánchez de no querer otra cosa que el poder, o de anteponer esa ansiedad al interés general, lo más probable es que se esté proyectando, esto es, que atribuya a su adversario su propia compulsión, independientemente de que Sánchez pudiera o no sufrirla también. Se hace difícil entender no ya que acuda a una investidura fracasada, sino que en sus declaraciones maneje más la idea de que la presidencia del gobierno le corresponde a él que cualquier otra idea, salvo, acaso, la de la centralidad. A Feijóo, en todo caso, diríase que le gusta la centralidad, pero también diríase que lo que le gusta es hablar de ella. Avalaría esta segunda consideración el hecho de que si le gustara de verdad la centralidad, nunca se habría coaligado con la extrema derecha en un sinfín de gobiernos locales y regionales, asumiendo buena parte de su discurso ideológico. Puede que a Feijóo le gustaría que le gustara la centralidad y que por eso le da tantas vueltas al concepto, para ver si al final lo pilla.

De ideas, lo que se dice de ideas, no parece andar muy sobrado el todavía líder del PP, y tal vez por eso va dando tumbos por los predios inciertos y complejos de la ideación, que lo mismo pretende que el PNV cohabite con Vox, que Puigdemont le eche un cable porque, de pronto, ya no es un íncubo, sino un político de rancia raigambre, o, y esto ya es mucho más grave, que voten favorablemente a su investidura, traicionando a su partido, los diputados socialistas ‘descontentos’. Antes, incluso cuando el PP sedujo, digamos que sedujo, a dos diputados de UPN para tumbar la reforma laboral, esto del transfuguismo se llevaba en secreto, pero ahora el PP lo anuncia a bombo y platillo. ¿Nostalgia del tamayazo, de aquel infame episodio de compraventa con el que el PP obtuvo el gobierno de la Comunidad de Madrid y que desde entonces no ha soltado?