TW
0

Es increíble la capacidad que tenemos los humanos para montar circos. Cuando vemos películas que nos muestran al pueblo romano jaleando los combates entre animales y seres humanos, pensamos que ese tiempo queda muy lejos. Sin embargo no es cierto. El placer por la violencia, la atracción por las atrocidades y sus detalles morbosos, alimentan a algunas personas. Me resulta incomprensible.
No voy a explicar la noticia porque es muy conocida. El asesinato de Edwin Arrieta en manos de Daniel Sancho en Tailandia ha sido y será noticia de actualidad durante mucho tiempo: la relación entre el presunto asesino y el asesinado, los detalles de su encuentro, las secuencias del asesinato, las pistas que han descubierto las claves del crimen… todos esos elementos han sido material de noticias, tertulias, reportajes, y opiniones de multitudes anónimas que utilizan las redes para juzgar al mundo.
A día de hoy no tiene sentido barajar nuevos puntos de vista ni sumarse a controversias absurdas. Lo que me ocupa no es la noticia, la anécdota concreta, aunque reconozco que tiene todos los ingredientes para alterar al gallinero en que a veces se convierte nuestra sociedad.

Me refiero a un tema más amplio aunque no menos bestia: hasta que punto la violencia atrae a la humanidad. Los relatos más espeluznantes, aquellos que demuestran el lado más oscuro del ser humano, son imanes que atraen la atención de la gente. No sé si llamarlo atracción por el mal. O curiosidad por lo que provoca dolor en los demás.

En esa historia horrible de la que hemos sido espectadores en mayor o menor grado, solo hay tragedia y espanto. Por qué extraña razón nos interesa tanto? Puede que sea porque queda al margen de nuestra cotidianidad, que no queremos ver transformada por episodios de esta índole, pero que nos gusta escuchar en boca de otros e incluso explicar nosotros mismos. Constatamos que las peores pesadillas pueden hacerse realidad y hablamos de ello porque no nos afectan en nuestra propia piel, porque son como leyendas que alguien nos explica en voz baja sin hacernos daño.