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El pasado 6 de diciembre, en el acto del Día de la Constitución, la entonces presidenta de la Comunidad Autónoma invocó el patriotismo de los derechos por encima de lo que ella denominaba patriotismo de símbolos; peculiar visión ésta la de trocear el patriotismo en diversas partes. Pensé en escribir un artículo sobre las manifestaciones de la entonces presidenta de la Comunidad. Mis ocupaciones y otras circunstancias me decidieron a dejar el tema en el tintorero. El supuesto descanso estival y los últimos acontecimientos me han hecho pensar de nuevo en esa cuestión y abordar la presente reflexión.

En el momento de sus manifestaciones, la Sra. Armengol –dicho sea con el mayor de los respetos– era ya un símbolo en el sentido gramatical y objetivo del término. Desde el primer punto de vista, si consultamos el diccionario de la Real Academia Española veremos que su primera acepción liga símbolo y representación. Resulta obvio que en ese acto la Sra. Armengol era ya un símbolo, pues representaba objetivamente –tal y como indica el Estatuto de la Comunidad– al conjunto de los ciudadanos de Baleares. Esta dimensión simbólica de la Sra. Armengol se vio ampliada con motivo de las elecciones del pasado 23 de junio, al ser elegida diputada y, por tanto, representación del conjunto de la nación española y no de las Baleares, sino por las Baleares. Obviamente, este carácter simbólico, desde un punto de vista gramatical y objetivo, de la Sra. Armengol se ha visto reafirmando en estos últimos días, pues ella representa al Congreso de Diputados donde reside, junto al Senado, la soberanía nacional.

Y es que la vida está llena de símbolos, objetivos jurídicamente hablando o no. La vestimenta es, por ejemplo, uno de ellos que empleamos ya sea por convencionalismo, por respeto a los demás, en ocasiones para provocarlos o para dar una imagen determinada de nosotros mismos. Cuando ponemos una foto determinada en nuestro perfil del móvil elaboramos un símbolo para dar un mensaje determinado.

Como habrá advertido la actual presidenta del Congreso de Diputados, convertida desde hace tiempo en símbolo objetivamente hablando, los símbolos no pueden ser postergados. En esta línea, los símbolos de la patria, de la sociedad toda, no pueden ser enfrentados –ni mucho ni poco– a un supuesto patriotismo de derechos, simplemente porque el patriotismo es único. La preocupación por la sociedad española, forma más políticamente correcta que el concepto patria, no puede disociar libertades y símbolos de esa sociedad y esa patria, sobre todo cuando el que reivindica ese patriotismo de derechos y libertades ostenta desde hace años un alto carácter simbólico en el sentido gramatical y objetivo del término.

Las palabras también tienen un carácter simbólico, a veces objetivo y otras subjetivo como habrá observado el lector en este escrito y el empleo en él de los vocablos patria o sociedad. Para seguir con el ejemplo de la Sra. Armengol, la palabra diversidad, supongo que para hacer mención a la rica multiplicidad de las regiones de España, también tiene su componente subjetivo y debe interpretarse desde el momento histórico que vivimos.

Preocupante también –muy preocupante– es que se hable de un patriotismo de derechos sin hacer mención a los deberes, parte intrínseca del verdadero patriotismo como nos explicaron, por ejemplo, los ciudadanos de Roma hace más de dos mil años. Reivindicar un patriotismo de derechos sin hacer mención a los deberes, amén de crear un patriotismo a la carta, que –obviamente– ya no es patriotismo, sirve para anestesiar a la sociedad, singularmente a los jóvenes. Del mismo modo, dar la idea de que los deberes del ciudadano se limitan a pagar impuestos es maléfico para la colectividad.