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Se cumplieron los pronósticos y Francina Armengol fue ungida como nueva presidenta del Congreso de los Diputados, en un claro anticipo de lo que nos augura el proceso de investidura de la presidencia del Gobierno, eso sí, después de que Feijóo le lea la cartilla a Pedro Sánchez.

Algunos se alegran de que la inquera –con los votos de Bildu– alcance un puesto de semejante relevancia por el mero hecho de ser mallorquina, como si su indiscutida mallorquinidad fuera garantía de nada. Ocho años de periodo de prueba han sido suficientes para los ciudadanos de Balears, pero siempre habrá almas de cántaro a quienes el señuelo de un Congreso plurilingüe les consuele. El catalán se hunde en el uso social en las Islas, pero ahora Armengol y Vicenç Vidal lo usarán en sus intervenciones en los Madriles. ¡Qué gran avance!

Más allá del jabón partidista que le dispensó en estas páginas Francesc Antich, lo cierto es que lo de Francina tiene mérito, porque es la primera ‘ni’ que accede a la tercera magistratura del Estado. Armengol es licenciada en Farmacia, lo que la salva de ser calificada de nini, pero jamás ha desempeñado profesión alguna distinta de los cargos políticos que le ha proporcionado su partido. Es pues, una ‘ni’ en toda regla, perfil que se va extendiendo como una mancha de aceite entre las sucesivas generaciones de políticos de todo signo, que huelgo mencionar para no cabrearles más. Y luego se extrañan del desapego de la ciudadanía.

La desbocada alegría de la nueva presidenta del Congreso se explica no solo porque, tras perder dos elecciones seguidas, ha triplicado su sueldo, sino porque va a dejar de acudir de estranjis a tugurios de copas como el Hat Bar y ahora podrá pasear su vistosa cola de pavo real por locales exclusivos de la Corte como el famoso Edelweiss, en el que, desde 1939, se han resuelto más asuntos políticos que en el mismísimo hemiciclo de la carrera de San Jerónimo.

-La idea de un Estado federal no es nueva –supuestamente, el PSOE es federalista–, aunque en realidad los socialistas no tienen la más mínima intención de aplicarla. Ni el PSC, ni los partidos socialistas de Euskadi o Navarra tienen la más remota voluntad de acabar con el régimen de privilegios de los que sus comunidades gozan –de hecho o de derecho– con relación a las demás. Y el federalismo se basa en una idea muy simple, la de la igualdad absoluta en el trato dispensado a todos los territorios federados. El concierto vasco –y el régimen foral navarro– son agravios para el resto de los españoles porque perpetúan una obscena diferencia de trato basada históricamente en un solo motivo –aunque revestido de reminiscencias épicas de origen carlista–, el intento de los constituyentes de frenar la escalada del terrorismo etarra de finales de los años 70. Por su parte, los privilegios de hecho de los que goza Cataluña se han venido fundamentando en el número de diputados al Congreso que proporciona esta comunidad y, más modernamente, también, en el baldío propósito de acabar con el auge independentista postpujolista.
Así que, en los próximos meses, vamos a oír hablar mucho de federalismo, pero nunca lo veremos en España.

- Tras ver la foto de Prada de Conflent, una duda me corroe. ¿Por qué diantre no se juzga aún a los Pujol?