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La actriz francesa Catherine Deneuve, hija de actores y nacida en el Paris ocupado por los nazis, lo que la curó de espantos para toda la vida, lleva ya sesenta años en pantalla convertida en gran icono cultural de Francia, y como su madre vivió 109 y fue la intérprete más longeva del mundo, no sería raro que la superase. Nos apetecía traer hoy aquí a una francesa importante (somos afrancesados), a fin de desintoxicarnos de personajes insufribles, y quién mejor que la señora Deneuve, ganadora del León de Oro Honorífico de Venecia 2022, a su edad. Su especialidad interpretativa eran las rubias gélidas, un invento de escritores y cineastas majaretas, casi una obsesión sexual, que ella encarnaba con gran profesionalidad y una imperceptible sorna.

Desde joven se enamoraron de ella, y no sólo cinematográficamente, muchos directores estrella (Polanski, Vadim, Truffaut, Buñuel), que le hacían interpretar auténticos disparates mentales muy enfermizos, como Repulsión o Belle de jour, engorro que Catherine solventaba sin que se le moviera el flequillo. Y así durante sesenta años, hasta llegar a ser ese icono cultural francés que tanta risa le da cuando se lo mencionan. Hace 50 años, por cierto, en 1971, esta mujer inteligente rebasó el techo del feminismo al firmar, junto a Simone de Beauvoir y muchas más, un manifiesto a favor del aborto con el lema «Yo he abortado». El manifiesto de las 343 zorras, se llamó sarcásticamente. Una feminista pata negra, esta Deneuve, que sin embargo fue muy denostada no hace mucho por las nuevas, con el seso comido por el feminismo hollywoodense de MeToo, que la califican de ambigua, tibia y hasta traidora por atreverse a distinguir entre el acoso y la seducción. O sea, por ser francesa y no norteamericana. Que es precisamente por lo que hoy la recordamos aquí.