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Hace un par de siglos convivían dos teorías irreconciliables que sostenían que 1) el ser humano es bueno por naturaleza y la sociedad es la que se encargaba de corromper su verdadera esencia y 2) que el hombre nace salvaje, como cualquier otro animal, y debe ser llevado por el buen camino a través de la educación, la religión y el control social. Ignoro en la actualidad qué piensan los filósofos, porque en la era de la verdad líquida cualquier idiotez puede ser tenida en cuenta como si se tratara de algo verdadero. El caso es que algunos seres humanos, a pesar de haber nacido en sociedad y haber sido sometidos a cierto nivel de control, son unos verdaderos criminales. Es así y, al parecer, no se puede evitar. O nadie quiere ser el que le ponga el cascabel al gato en estos tiempos de ridículo buenismo.

Oumar NDiaye es un chico francés de 18 años, hijo de madre gala y padre africano, que ha cometido uno de los actos más abyectos que ha conocido el país vecino en los últimos años: una violación acompañada de horribles torturas a una vecina que hoy se debate entre la vida y la muerte. Los sanitarios que la atendieron tuvieron que recibir asistencia psicológica por el trauma. El angelito es un viejo conocido de los servicios sociales, de la policía y se ve que de todo el barrio. Antes ya había violado a su propia hermana de doce años y, ¡oh, sorpresa! el juez consideró que no era algo tan grave como para ponerlo entre rejas. No era, por cierto, su primera violación. Hubo otra, también a una menor, hace cuatro años, cuando él tenía catorce. Todos lo sabían, había sido detenido muchas veces, pero nadie movió un dedo hasta que se sintió tan impune que decidió dar un paso más. A ver si ahora le toman en serio.