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El mecanismo es siempre el mismo: se apoya a un gobierno títere, que llega al poder en unas elecciones dopadas por Occidente o directamente mediante golpe de Estado. El gobierno títere permitirá la extracción de materias primas a precios de ganga, que acabarán en Europa, Japón y Estados Unidos. El dirigente de turno, su familia y sus amigos se embolsarán ingentes cantidades de dinero a cambio del hambre del pueblo; si el dirigente se rebela, es sustituido por otro más dócil.

Es la historia de siempre. En la Conferencia de Berlín de 1885 Europa se repartió África, como antes América y Asia. Los países colonizados fueron explotados y sumidos en la pobreza. Tras la mal llamada descolonización de los años 60, se reconstruyen las relaciones de dominación, ahora en forma de neocolonialismo. Níger es, o era, uno de esos Estados, en el que Francia mantiene 1.500 soldados. Concretamente, la rapiña se centra en la explotación del uranio –a través de la multinacional francesa Orano– para alimentar las centrales nucleares galas, pero también oro, petróleo y otros recursos.
La nueva junta golpista, que ha destituido al presidente Mohamed Bazoum y parece contar con cierto apoyo popular, tiene casi como único punto de programa de gobierno frenar ese expolio de recursos. Inmediatamente, Europa y Estados Unidos han amagado con la guerra. Occidente amenaza con lanzar a sus peones africanos a una intervención militar contra la actual junta, mediante la implicación de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), a la que, dada su cercanía con Francia, muchos países africanos consideran una herramienta de los intereses europeos y de sus élites locales interpuestas.

Es la triste historia de África: esclavizada, empobrecida por el saqueo extractivista, por guerras religiosas y migraciones, acosada por milicias, guerrillas y contraguerrillas –incluida la rusa Wagner– y, peor aun, condenada al subdesarrollo por sus propios dirigentes, ya que el desarrollo autóctono implicaría el autoconsumo local, y por tanto el fin de la exportación. Los pueblos africanos repudian a sus metrópolis, de infausto pasado y presente, y se abrazan a China e incluso a Rusia. ¿Nos extraña?