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Hace trece años, cuando necesité estudiar algo de márketing, tuve contactos con varios expertos estadounidenses que, amén de enseñar las estrategias y técnicas más exitosas, compartían su modo de vida y -lo que resulta más interesante para las personas curiosas- su modo de pensar y de ver el mundo. Los norteamericanos tienen muy mala prensa y a muchos españoles les gusta considerarlos medio bobos y analfabetos. Pero hay de todo, como en botica. No en vano es el país con más premios Nobel, triplicando al segundo. A mí, lo que me fascinó de aquellos profesores es que ya entonces -año 2010- hablaban de un cambio de paradigma que en España empezamos a abordar ahora. La gran renuncia, ese fenómeno sorprendente que también ha nacido allí pero se extiende sin freno por medio planeta, se ha fortalecido con la pandemia, pero viene de atrás. En aquellos años, muchos yanquis se planteaban ya el teletrabajo, la idea del nomadismo digital que a nosotros, entonces, nos parecía una locura peligrosa. Y no eran excepcionales los que alquilaban su apartamento en San Francisco -por ejemplo- para radicarse en algún encantador pueblo costero mexicano y vivir bien con la renta a precio de dólar y algunos trabajos esporádicos vía online. Hoy, los empresarios nacionales se llevan las manos a la cabeza porque muchos empleados jóvenes abandonan. No les gusta la faja constreñidora de un horario fijo, de cinco días a la semana de esclavitud, de acatar órdenes, de aceptar a cambio un salario que no te sirve para organizar tu vida como deseas. Todo eso conforma el paradigma del siglo XX, el de mis padres y el mío. Nuestros hijos ya no comulgan con ese espíritu de sacrificio. Quieren otras libertades, pero tendrán que conquistarlas.