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Siempre pasan cosas –y así debe ser– entre artículos. En mi última colaboración comenté lo que nos atemorizaba durante aquellos veranos en los que no existía la presión del turismo ni, por descontado, el aluvión de información y las redes sociales que tanto condiciona y manipula nuestra manera de pensar. He partido a Alemania unos días a disfrutar del frío y lluvioso verano berlinés que me ha resultado balsámico y de lo más agradable. Por desgracia, la semana pasada ocurrió lo planteado en mi última colaboración: los accidentes mortales de antaño, que han resurgido con fuerza. Me sumé al dolor de miles de personas que con profunda tristeza despidieron en el tanatorio de Alcúdia a Pau, fallecido en la carretera a sus 34 años. No me cabe duda de que determinados sucesos y circunstancias nos mueven a la reflexión más profunda y de nuevo he vuelto a analizar la falta de planificación y desarrollo de nuestra red viaria, lo absurdo y vergonzoso que resulta ahora discutir sobre la legalidad del carril VAO y cómo las muertes resultan a menudo estériles ante la incompetencia que se justifica en intereses dudosos y el ruido mediático que manipula y condiciona nuestra opinión. Lo estamos viendo con el tema del turismo, mal de males, y la falta de planificación ante la sobrepoblación de estas islas; ambas, hasta el momento, no se han gestionado con el realismo y la visión que exigen los retos presentes. Quedamos anclados en un desgaste de energías y enfrentamientos que resultan del todo incomprensibles ante lo efímera que puede ser nuestra existencia. El último es el reportaje de la revista Stern que plantea la retirada de los alemanes de la que tal vez sea su isla de referencia y que, sin duda, ya no es el único destino de masas preferido de los teutones. Damos bombo a este tipo de campañas propagandísticas que, últimamente, estamos apoyando y sobredimensionando desde aquí. Tampoco me sorprende que los ingleses digan que estas islas son excesivamente caras como si la saturación y el incremento de precios no ocurriese en Benidorm, la Costa Dorada o Cádiz. Hay cientos de miles de personas que trabajan a diario con la máxima excelencia y con el objetivo de hacer felices a quienes nos visitan (como deseamos nosotros cuando viajamos). Hay un alto grado de profesionalidad y calidad que el sector público debe propiciar y agradecer ya que de toda esta actividad que tanto lamentamos se pagan los servicios públicos a los que no querríamos ni debemos renunciar. Parece de lo más absurdo que ahora queramos vivir una Mallorca sin turistas ni turismo, escenario para el que no estamos preparados. Si queremos gestionar adecuadamente sobra el alarmismo y faltan estrategias de futuro. Consenso, algo imposible cuando el egoísmo, la visceralidad, la falta de realismo nos acompañan a diario y difuminan la perspectiva de lo realmente importante. Vivir es un reto y estos veranos mediterráneos deberían ser un estímulo y no una tortura.