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No soportamos que se metan con los escritores que amamos. No son tantos en realidad. Los que nos gustan sí, son muchos, casi legión, pero los que amamos… De los escritores que amamos nos gustan hasta sus peores libros, aquellos que escribieron por compromiso evidente, con prisa o durante su primera juventud, cuando aún no eran ese escritor que acabaríamos amando. Son una extensión de nuestra propia persona, lo que querríamos haber sido; son como nuestros padres, una suerte de dios particular. Por eso nos tomamos como algo personal cualquier agravio que se les dispense. Si alguien pone en duda su calidad, en realidad está poniendo en duda la nuestra, aunque sepamos que no les llegamos a la suela de los zapatos. De ahí esas reacciones iracundas a según qué críticas. Nosotros podemos criticar a nuestros padres, claro, pero como alguien se atreva a meterse con ellos tendrá que vérselas con nosotros. Y es que no soportamos que ataquen a los escritores que amamos. No son tantos, un puñado de nombres. Poca cosa en realidad.