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Después de un mes de julio que ha sido el más caluroso desde que hay registros, en política también, entramos en un agosto, donde el mercurio de los termómetros seguirá en ebullición. Primero, por los posibles pactos poselectorales, y después por la apertura de las Cortes, la constitución de la Mesa del Congreso, el ir y venir de las innecesarias consultas al Rey y, finalmente, la investidura. Feijóo ya ha apagado el ridículo candil con el que buscaba apoyos, como un Diógenes envenenado por sus propias mentiras, sin haber encontrado nada más allá de Vox.

Los catalanes, fieles a su tradición de comerciantes, se han puesto enseguida al chalaneo, mostrando la estrechez de miras de quienes sólo piensan en la pela. Todo lo contrario a los vascos, que están dando una lección de cómo se debe negociar en política, mientras que Sumar, en un guiño para propiciar el apoyo nacionalista, mea fuera de tiesto con su propuesta del uso de las lenguas nacionales en el Hemiciclo, a la que le ha faltado incluir el bable, el castúo, el panocho, el alpujarreño, la fabla gatera y el esperanto.

Entretanto, vamos sabiendo, a cuentagotas, de los escandalosos beneficios de bancos y eléctricas, de la sequía extrema, de la muerte de Doñana, del golpe de Estado en Níger y -¡ay sorpresa!- de los muchos tesoros que los americanos guardan en su Área 51, cadáveres alienígenas incluidos, de los que debemos sospechar que nos estarán preparando alguna nueva fantasía que nos entretenga. Lo que nos faltaba.