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La ‘banalidad del mal’, es la denominación que utilizó Hannah Arendt, para explicar la complejidad de la condición humana y que los individuos pueden llegar a actuar dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre la corrección de sus actos. Esta circunstancia se puede aplicar a la realidad de la España de hoy, por supuesto, sin tener nada que ver con aquella terrible realidad del Holocausto. Pero sí en cuanto a la conducta humana cuando prescinde de las consecuencias de sus actos, cuando se    trivializa. Esto puede darse, bien por cumplir sin el más mínimo cuestionamiento lo que ordena la jerarquía del partido, bien por aceptar que es bueno para el jefe al que sigue fanáticamente o, bien, porque es bueno para sus intereses personales o de grupo. Cualquiera de estas causas llevan al individuo a renunciar a su voluntad crítica dejándolo atado a las consecuencias de su decisión, aún en su pasividad, y a la responsabilidad moral de su renuncia, debido a que toda decisión está sujeta a responsabilidades éticas.

Pues bien, la fiesta en Ferraz, la inmoderada aclamación al líder, el No pasarán, los saltos espasmódicos de alegría de una ministra se produjeron porque se daba por hecha la constitución de un nuevo Frankenstein 2, una amalgama de partidos desconstituyentes. Alianza no por afinidades ideológicas, como así se quiere aparentar llamándole bloque de progreso, si acaso odiológicas. Le respaldan porque saben que con Sánchez en La Moncloa tiene asegurada su hoja de ruta, ya que para él, la unidad de España es negociable si lo que está en juego es obtener el poder.

Los votantes que dan por bueno el nuevo monstruo o están conformes con sus peligrosas consecuencias para la supervivencia del Estado o no han reflexionado sobre los resultados de sus actos, como señala H. Arendt. De haberlo hecho, es poco probable que votaran echarse en brazos de Junqueras, Otegui y, ahora también, del mesías Puigdemont. Un forajido, prófugo de la Justicia y aliado de Putin, quien para respaldar la causa independentista y desestabilizar la UE, ofreció 10.000 soldados de Wagner. Es una grave quiebra moral que Sánchez le entronice como el árbitro que determinará el destino de España.