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La semana pasada, durante casi dos horas, más o menos el equivalente a un partido de fútbol con descuento, estuve cavilando seriamente irme de vacaciones al desierto salado de Lut, en el sureste de Irán, que en el idioma persa significa desierto del vacío, donde las temperaturas superan a las del Valle de la Muerte, alcanzando los 70º para pasmo del turismo más extremo del mundo. No sé, me tentaba la idea, me pareció oportuno. Atisbar el futuro (el ardiente vacío) y empezar a aclimatarme al porvenir. Pero sea que ya estoy bastante aclimatado, sea por falta de agallas, al final resistí esa tentación. Así pues, me voy de vacaciones tan pronto como termine este párrafo, pero no a Lut sino a la habitación de al lado, donde tengo un sillón más cómodo y un ventilador potente. Y al futuro que le den. He creído que les alegraría saberlo; no va a pasarme nada, aunque esta vez me ha faltado un pelo. Un pelín de decisión. No se preocupen por mí, si acaso sólo padeceré disturbios mentales (aún no me he sacado el desierto de Lut de la cabeza) y a eso estoy acostumbrado. ¿Y cómo se me metió semejante horno geológico en la cabeza? Pues gracias al intrépido profesor Bernat, cuyo afán de conocimiento no conoce límites geográficos ni climatológicos, y que ahora mismo debe estar de expedición por la antigua Persia. Es decir, Irán, uno los lugares menos recomendables del planeta. El profesor me adelantó su audaz periplo, con aviones, trenes, autobuses y bestias de carga. Teherán, Montañas del Buitre, la mítica ciudad de Isfahán, llamada en el siglo XVI «la mitad del mundo», Montes Zagros, la inverosímil Sar Agha Seyyed (búsquenla en Google), Persépolis, Shiraz. Y mientras le decía que eso era cosa de locos, me entraban unas ganas insensatas (siempre pasa) de agregarme al asunto, y superarlo acercándome al letal desierto de Lut, que por ahí debe estar. A fin de avizorar nuestro destino como especie. Me contuve, pero no por sensatez; por falta de agallas, decía. Parece que con la edad, igual que el corazón, se me han reducido al tamaño de un guisante reseco. Me voy de vacaciones, pero al sillón contiguo. Ya tengo en casa todo el calor y el vacío que puedo consumir. Hasta luego.