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Baleares es una de las regiones privilegiadas de España si atendemos a la riqueza que genera. Pero basta echar un vistazo superficial a su tejido social para darse cuenta de que esos millones de euros que facturan las empresas y la lluvia de dinero que descargan sobre nosotros los turistas no permea las capas de la sociedad. Aquí hay ricos, por supuesto, pero pocos. A cambio, hay un gran estrato que roza la pobreza, inmerso en la precariedad, la falta de formación y eso que se suele llamar ‘buscarse la vida’. No sorprende que casi el cuarenta por ciento de los pensionistas de las Islas cobren por debajo del umbral de la pobreza, establecido en 721 euros. ¿Hay alguien capaz de salir adelante con eso? En esta estadística nos damos la mano con las regiones más desfavorecidas de España, como Galicia, Murcia, Extremadura, Canarias o Melilla. Valencia está también, seguramente por motivos parecidos. Y el motivo no es otro que nuestro modelo productivo.

Miles de trabajadores han subsistido durante décadas con generosos ingresos –o no– en la economía sumergida. Todo lo que no cotiza se traducirá en una pensión mínima o ninguna en absoluto. Luego están otros miles que se han apuntado entusiasmados al trabajo fijo-discontinuo de temporada, con lo cual cotizan la mitad del año, lo que a la postre se transformará en una pensión de medio pelo. Trabajar poco está muy bien, no pagar impuestos también. Pero hay que hacerlo con cabeza. Quienes durante su vida laboral cogieron el dinero ganado y lo invirtieron en patrimonio del que poder vivir en la vejez hoy la sobrellevan sin apuros. Quienes prefirieron vivir la vida loca –o perezosa– sin pensar en el futuro, se ven hoy con estrecheces. Pero no digan que no lo sabían.