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Soy absolutamente incapaz de analizar el resultado de unas elecciones a destiempo y que probablemente nos lleven a otros nuevos comicios (cuyo coste ronda los 150 millones) o a efectos peores para una España herida y con muchos compromisos pendientes (básicamente económicos) con las Illes Balears. Otros ya analizarán el derrotero de esta democracia española que considero excesivamente egocéntrica y de partidos. Tendremos tiempo o no porque eso es lo que suele advertirme frecuentemente un amigo. Lejos de aquellos veranos en los que sólo sabíamos ser felices y únicamente temíamos el inicio del nuevo curso escolar ahora se postean y comparten amenazas diarias en forma de titulares.

Entre los más recientes que he recibido: 1) La temperatura del agua del mar en Baleares registra valores máximos sin precedentes en 83 años. 2) Grecia realizó la mayor evacuación de su historia: miles de turistas fueron trasladados por un voraz incendio. 3) Tormenta mortal en Córcega: un vendaval con rachas de hasta 224 km/h deja cinco muertos, entre ellos una menor de 13 años. 4) La propietaria de una pensión que cierra del 1 al 15 de agosto como protesta y para no contribuir a la masificación de Mallorca. 5) La playa en la que hay que esperar horas para poder entrar: «Llevo yendo 50 años y ahora es imposible bajar». 6) Una bañista, grave tras ser arrollada por una lancha en Alcúdia. 7) Escasez de melones y sandías en Mallorca.

Y podría seguir casi sin parar como lo harán estos calurosos días de verano y una temporada turística que nos genera angustia, preocupación, desilusión y tantos otros calificativos similares que se nos ocurran. Me siento en alerta permanente y, por desgracia, totalmente desprovisto de soluciones. Solo la nostalgia y la mar me sustentan. La primera, con lecturas de tiempos pasados donde nuestra isla era totalmente diferente y probablemente no siempre mejor. La segunda, siempre me recibe, refresca y me invita a olvidarme de los centenares de turistas, barcos o medusas que me puedan acompañar. Siento profundamente no poder contribuir a que esta Mallorca sea mejor o diferente. Siento no poder entender determinadas reivindicaciones y no saber alinearme con determinados salvapatrias que enarbolan la bandera de la tierra que ha visto a todos los míos nacer.

A veces desearía que el verano pasara en un chasquido frente a aquellos años felices queriendo veranos eternos, rodeado de familia y amigos, viviendo en un microcosmos de felicidad ajeno a todo lo que ahora nos persigue y promete aniquilarnos. Desconozco cómo hemos llegado a este punto y la actualidad me recuerda el único temor de aquellos días de gozo: la muerte en accidentes de tráfico. Entonces, con unas carreteras tercermundistas, aquellas llamadas inesperadas al fijo de casa eran la gran tragedia para muchas familias, la mía también. Tengo el derecho a evadirme de tanta noticia triste, tengo la esperanza de pensar que las cosas no irán tan mal como se nos plantea. Volveremos a plantar sandías y melones, los agricultores de nuestra marjal serán los nuevos héroes.