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Según indican los sondeos –salvo el del CIS, la habitual quimera de Tezanos–, el domingo durante la cena los electores habrán puesto punto final a la pesadilla que encarna Pedro Sánchez.

El sanchismo deja malherido al socialismo español, pues ha conseguido descentrarlo, radicalizarlo, aliarlo a independentistas y herederos de los violentos, coaligarlo con comunistas –algo sin precedentes–, resucitar una división social e imponer un revisionismo guerracivilista jamás visto desde una Transición que ha sido también cuestionada por los socios de gobierno del PSOE.

Si, como parece, Sánchez es defenestrado, lo siguiente que va a suceder es que sus conmilitones lo trituren políticamente, asegurándose de que jamás vuelva a tener la más remota posibilidad de ostentar cargo orgánico o público alguno. En realidad, por pura supervivencia, el primer interesado en que el domingo Sánchez se estampe contra la realidad que nos lega es el propio Partido Socialista. Muchos militantes, aún hoy mudos, recuperarán el lunes milagrosamente la voz. Que Sánchez está sentenciado desde el 28-M es un hecho incontrovertible, sólo camuflado por su tramposa convocatoria de elecciones para el 23 de julio, con casi medio millón de electores que pueden quedarse sin poder votar debido al desbarajuste –no sabemos si malicioso– organizado por el responsable sanchista de Correos.

Pero Sánchez no va a perder el poder por el simple mecanismo del desgaste natural de todo ejecutivo y la sana alternancia. No, el todavía presidente acumula una interminable lista de agravios que justifican plenamente su salida.

Se trata del gobernante que, habiendo destinado más dinero público supuestamente a la igualdad, más ha hecho en la práctica por desproteger a la mujer de sus agresores, con más de 1.000 delincuentes sexuales beneficiados. Ha traicionado también, por espurios intereses personales, y sin haber consultado a nadie, la posición histórica de España con relación a Marruecos y el Sáhara Occidental, del que, mal que le pese, seguimos siendo ante la ONU potencia administradora. Sánchez ha mentido reiterada, consciente y burdamente en toda clase de asuntos, evidenciando que no es de fiar. Ha pretendido vender como logro personal una supuesta recuperación económica que se funda, sobre todo, en la previa caída de nuestra economía, la más dañada de la OCDE durante la pandemia, mientras mantenía una insoportable carga impositiva a la clase media, para luego dilapidar los fondos a golpe de ocurrencia de sus socios bolivarianos, mientras las cifras de pobreza se multiplicaban como jamás antes. Sánchez impuso, asimismo, una reforma educativa que obró el milagro del consenso entre docentes de la escuela pública y la concertada, pero precisamente para renegar del bodrio infumable de la LOMLOE, cuya vigencia tiene, por fortuna, los días contados.

Sánchez vendió el país a sus intereses personales cuando, desdiciéndose de cuanto había prometido, indultó a los golpistas catalanes y desprotegió al Estado eliminando el delito de sedición para conseguir su apoyo parlamentario.

El pliego de cargos ocuparía la extensión íntegra de este diario. Por eso, el único punto importante del programa electoral de la oposición el próximo domingo es éste: Echar a Pedro Sánchez.