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A las alarmas por la ola de calor que nos llega de África se unen las alarmas que nos llegan de campos mallorquines, murcianos y almerienses sobre la producción de sandías. O no hay o las cosechas son muy pobres por la sequía y, paradojas de la tierra, por exceso de agua y granizadas a final de primavera. Mal asunto porque la crisis se repite. El año pasado por estas fechas, esta fruta estrella popular del verano se convirtió en ‘oro rojo’ para muchos fruteros con precios superiores a los dos euros el kilo, cifra jamás vista en el mercado español. Llevar un melón de agua a casa, antes tan asequible, después tan prohibitivo, era un capricho de ricos. El otro día me permití un capricho y compré varias brevas a precio de escándalo y sí, muy bien presentadas, como plastificadas, pero no sabían a nada. Una decepción para la memoria de sabores. Tampoco he podido saborear este principio de verano los buenos albaricoques de Porreres, ausentes de las estanterías (los técnicos las llaman lineales) en mis pequeños comercios de proximidad y también en el súper de referencia. Ni peretas por san Juan, ni brevas de junio, ni albercoques, ni sandías. Agricultores mallorquines también alertan de la escasez de melones de aquí y de fuera. Mantienen la esperanza de que en poco más de una semana puedan llegar a los mercados frutos de segunda generación, pero ya no será lo mismo y además estarán por las nubes como el año pasado. Maldito verano de políticos pesados, calorímetros, agricultores frustrados y sin un buen trozo de sandía que echarse a la boca. Malos tiempos.