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Esta política del presente que deberíamos desterrar se está imponiendo a todo de una manera feroz y veloz. Por desgracia, hemos alimentado esta política-fútbol que seguramente nos va a robar este verano donde las temperaturas insoportables han vuelto a hacer acto de presencia (cumpliendo con lo propio de cada estación). Nadie va a respetar los cien días de gracia y ya nos han saturado con elecciones sobre elecciones. Un exceso de deber democrático (salir y entrar de urnas) que pone todavía más leña a la verdadera emergencia democrática. Muchos ciudadanos no vieron el debate del lunes y más aún, no van a acudir a las urnas porque ningún partido les resulta lo suficientemente digno para liderar el proyecto común que llamamos sociedad. La culpa, en parte, es de los propios partidos que se han brindado a este juego de superhéroes y villanos donde hay que identificar al otro como enemigo. Y no digo el adversario porque esta política está adoptando términos militares como frente, vigilancia, adelante, retroceso. Una mentalidad que ni tan siquiera acepta las reglas y los resultados del mecanismo que hemos instituido y en el que deberían tener cabida todos (de la misma manera que hay un centro hay unos extremos). Y digo esto porque al final es la mayoría la que termina decidiendo y esta (que debería ser verdadera) tiene la fuerza suficiente para no equivocarse. Frente a la disconformidad y rebeldía que manifiestan algunos políticos tras resultados favorables procede pensar que la sociedad termina actuando sabiamente y que los ciclos, además de sanadores, tienen una lógica que no es gobernada ni controlada por los partidos.

Nos han llevado a un punto de confusión absoluta donde lo que está bien tiene que verse mal y viceversa, es decir que el relativismo se lleva al mensaje, a los protagonistas, al momento y todo ello impide asentar una estrategia de futuro basada en el consenso (utópica aspiración). El verano, precisamente, tenía esa función de aligerar las cargas de una realidad que pesa y que en ocasiones no aceptamos. Era un tiempo para el escapismo, para la búsqueda de las esencias, para la comprensión de todo o nada y para conseguirlo estaban las vacaciones, las lecturas, el mar, la siesta o los atardeceres plagados de magia. Cuando los escritores usaban los programas de las fiestas patronales para dirigir unas palabras a ese pueblo con el que tenían alguna relación o conexión, Jaume Vidal Alcover habló a los poblers de la alegría de vivir. Era un verano de antaño en el que el trabajo no paraba, pero la gente buscaba esos momentos para conectarse a la vida como haré yo ahora con su Poesía completa (Adia Edicions) que se acaba de publicar. En verano se vive, no se juzga, no se toman decisiones relevantes. Todo esto por desgracia también está en un proceso de retroceso que ahora llamamos emergencia. Emergencia por vivir, por comprender, por pensar en los demás; pidámosla para nosotros y también para los que nos piden el voto.