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Según dejó escrito Benito Pérez Galdós (Episodios Nacionales), el problema no es tanto la existencia de las recurrentes dos Españas, sino que estas se odien entre sí. A mi juicio, ese problema se terminó con la Constitución de 1978, pero todavía hay demasiada gente empeñada en activarlo a espaldas de un hecho verificable: hoy por hoy los españoles nos reconocemos mayoritariamente en posiciones alejadas de los extremos. Frentismo, que algo queda. El temerario empeño en rescatar el fantasma venido a menos de las dos Españas se plasma en una campaña electoral muy polarizada donde los extremos condicionan a los dos grandes partidos de teórica ubicación en el centro del sistema.
Predica en el desierto el expresidente del Gobierno Felipe González cuando apela a la necesidad de construir consensos entre el PP y el PSOE, precisamente para desactivar la capacidad enredadora de los populismos que acampan en los extremos del espectro político. «Pónganse de acuerdo», les dice a Feijóo y Sánchez en un artículo. «Impensable», ha dicho otro expresidente socialista, Rodríguez Zapatero, por cuya boca habla Pedro Sánchez, que es el interpelado implícito en la propuesta de González. O sea, que el llamamiento se ha perdido en la polvareda de una campaña donde los dos grandes juegan a la contra. Los socialistas propagan el miedo a Vox. Y los ‘populares’ de Feijóo no se privan de multiplicar sus referencias a los amigos tóxicos de Sánchez. Eso es jugar a la contra. Se entiende más en el caso del aspirante y menos en el caso del presidente del Gobierno que, al fin y al cabo, tiene una hoja de servicios con logros contantes y sonantes para rentabilizar. Pero debe ser consciente de su escasa credibilidad personal para venderlos. Solo así se explica su empeño en cargar su argumentario sobre los peligros involucionistas de un eventual gobierno de la derecha.