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No basta una solidaridad abstracta ni son suficientes grandes palabras de amor solidario que no significan nada. El escritor ruso Dostoievski, autor de la gran novela Los hermanos Karamazov (1879-1880), puso en boca de uno de sus personajes estas palabras, llenas de mordaz ironía: «Yo quiero el bien de la humanidad pero no puedo soportar al prójimo». A veces nosotros también caemos, como el personaje de Dostoievski, en el grave defecto de la generosidad abstracta que sirve de tapadera a nuestro refinado egoísmo. Es fácil hacer grandes proclamas en favor de la humanidad, pero muy difícil soportar a la persona que tengo al lado y más aún reconocer sus valores y quererle como hermano. Es fácil salir en defensa de la paz mundial, pero muy difícil construirla día a día y en el ámbito de nuestro actuar cotidiano. Es fácil estar dispuestos a ayudar a quien tenemos lejos, pero muy difícil superar nuestro propio egoísmo y comodidad y dar una mano al que tenemos cerca y necesita de nuestra solidaridad.