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Los refranes y frases hechas suelen acertar un número razonable de veces, cuyo porcentaje es más o menos el mismo que el de unos gestores de capital riesgo que se jugasen las inversiones a cara y cruz, o el un gurú bursátil que se fiase del azar más que del mercado de valores. Buen porcentaje, en fin, aunque lejos de lo infalible. Digamos que como la infalibilidad papal. Por ejemplo, no siempre es cierto que perro ladrador sea poco mordedor. Esta sentencia viene de que nos gusta mucho, sobre todo a los sociólogos, elevar la anécdota a categoría, siendo así que el que algo suceda a menudo, y se repita bastante, no significa que vaya a suceder siempre. De hecho, hay perros muy ladradores y escandalosos que también muerden, y de qué manera. Cesando de ladrar durante el lapso justo de la mordida, o incluso al mismo tiempo, con dentelladas breves y rápidas, pero muy violentas, entre dos ladridos. He conocido varios, y hasta tuve una caniche pirada, de nombre ‘Clementina’, que procedía así, y no sólo amenazaba con ladridos, sino que celebraba cada mordisco con nuevos ladridos muy burlescos. Satisfechos, digamos. No había quien la aguantase, a la jodida perra. Qué hubiera sido de ella de no aguantarla yo, con lo mimada que estaba. En fin, que tuvo una vida feliz, pero si yo no me fiaba mucho de ese refrán, desde ‘Clementina’ no me fío nada. De nada sirve tratar de averiguar si un ejemplar será de los ladradores o de los mordedores, dilema de mucha actualidad en los periodos preelectorales, puesto que hay perros ladradores muy mordedores. Dilema falso; lo uno no quita lo otro. Y si lo quita, es sólo a veces, no siempre. Hay perros muy cabrones, en definitiva. Y astutos como bestias. Estoy seguro de que algunos no ladran para atemorizar y amenazar, sino precisamente para despistar y que te confíes, en la convicción ilusoria de que no te morderán. Y vaya si muerden con ganas, menudas dentelladas rápidas. Dos o tres por segundo, creo recordar. Total, que mucho cuidado con los refranes y los análisis sociológicos, sobre todo en época electoral. El Eclesiastés ya avisa que hay un tiempo para ladrar y un tiempo para morder. Pero a veces pueden ser simultáneos, añadiría yo.