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En Francia hay disturbios graves estos días. La frase casi vale para cualquier momento de los últimos diez meses. Siempre están a tortas últimamente al norte de los Pirineos. Y mira que este fin de semana ha empezado el Tour, que pareciera una tregua, pero no. Esta vez, el conflicto viene de la muerte de un joven a tiros por la policía. Era un francés de origen magrebí que intentaba saltarse un control. La escena fue grabada, corrió como la pólvora y hay miles de frenceses jóvenes de origen magrebí igual que el muerto que han decidido tomar las calles, quemar coches y destrozar lo que pillen. Como si fuera Los Ángeles en los años 90. Es el conflicto de este mes. Hace no mucho eran miles de franceses de toda la vida quienes tomaban las calles y se liaban a tortas con la policía por el aumento de la edad de jubilación que impulsaba el presidente, señor Macron.

El caso es que, por una cosa u otra, en Francia ya son tan tradicionales los disturbios como comprar el pan a la una de la tarde para comer. Cualquiera con un mapa el mano puede comprobar la cercanía de los disturbios y si se echa la mano a cualquier manual de Historia se comprueba que, en los dos últimos siglos, cuando hay tortas en Francia terminan por distribuirse por media Europa. Como si fuera un aviso de lo que está por venir. En esta ocasión, el Gobierno ha empleado cualquier respuesta normal ante el origen del conflicto. El autor de los disparos está en la cárcel. Sin embargo, no se calma el asunto. Los sindicatos policiales exigen al Gobierno que les permita el uso de la fuerza más contundentes e incluso amenazan con emplearla sin instrucciones. Pareciera que saltan por los aires consensos básicos y las normas en las que, hasta hace nada, se ha basado el funcionamiento de la República, en un sentido amplio. Asoman tensiones nuevas que desbordan esos cauces. Están en Francia, así que ya llegarán.