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La cuestión no es tanto el porcentaje de votos de PP y Vox como de principios. Ahí es donde los populares de Marga Prohens han cedido demasiado a las agresivas exigencias de los verdes (color corporativo de Vox), so pena de perjudicar las expectativas del proyecto de un PP centrado. Desde el momento que Vox solo se reconoce en la provocación y sus supuestas capacidades de gestión son más que dudosas, difícilmente podrá el Govern manejarse con la estabilidad de la que la candidata a presidirlo ha hecho bandera. Con un Govern condicionado en aspectos esenciales por el ideario de Vox, como pone de manifiesto el acuerdo entre los partidos, tanto da gobernar en solitario. Aunque también es cierto que hay mucha diferencia entre lidiar con las demandas de la ultraderecha en el Parlament o tener que hacerlo en la sala del consell de Govern. El desafío lo tendrán los consells de Mallorca y Menorca. En cualquier circunstancia, Vox será un factor de desequilibrio, como se ha puesto de manifiesto en la votación de Vox con toda la izquierda en el primer pleno del Ayuntamiento de Palma, en teoría de trámite, con el único fin de bloquear la acción del gobierno municipal.

El recién estrenado presidente del Parlament ha protagonizado otra evidencia. Su negativa, validada por el PP, a exhibir la bandera arcoíris el 28 de junio ha roto con un consenso de años de todos los partidos del arco parlamentario y entrega de nuevo instrumentos a la izquierda para seguir haciendo un uso sectario de las reivindicaciones de homosexuales, lesbianas, trans y resto de colectivos agrupados en su extenso acrónimo. Responder a la intransigencia de la izquierda con el dogmatismo de signo contrario solo puede conducir a la melancolía. Una presidencia del Parlament de un partido que no oculta su homofobia no refleja en absoluto el sentir mayoritario de los ciudadanos de Baleares, conscientes de que la defensa de los derechos de las minorías es inherente a las sociedades civilizadas. Del mismo modo que la violencia de género es un problema de toda la sociedad que no puede depender de unas siglas o unas ideologías como pretende Vox, que llega incluso a negar su existencia. Cuando los retos de toda índole a los que deben hacer frente las nuevas administraciones son de enormes dimensiones, Vox se empeña en convertir el idioma de Baleares en herramienta de confrontación, un extremo en el que la intolerancia y la rigidez de la izquierda han colaborado activamente para que sea así. En Baleares hay dos lenguas oficiales que conviven sin dificultad. Resulta cansino continuar dando vueltas a la misma matraca. Sería imperdonable que el PP olvidara las consecuencias de la política lingüística, Vox en estado puro, del expresidente Bauzá. A duras penas han conseguido los populares salir del barranco por el que los despeñó el actual eurodiputado de Ciudadanos.

Como ocurre con todos los partidos, Vox aspira a cargos y, sobre todo, sueldos públicos, que al final ponderan incluso los planteamientos más extremos (véase Podemos). En los gobiernos insulares, los verdes alcanzan ese objetivo. Pero Prohens deberá someterse al escrutinio de una comisión de control de sus decisiones. No se lo pondrán fácil.