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El frenético paso del titular, Sánchez, y el aspirante, Feijóo, por los medios de comunicación, cubre la demanda ciudadana de ver, probar, tocar y oler el género antes de consumirlo. De ahí los inesperados niveles de audiencia conseguidos en las respectivas comparecencias del presidente del Gobierno y del líder de la oposición. Respecto a la rentabilidad electoral de la operación, desplegada en paralelo por ambos, las opiniones están muy divididas, aunque mayoritariamente parece imponerse una percepción favorable a Pedro Sánchez, que habría recuperado a una parte de sus desalentados votantes, mientras que Feijóo habría retenido a los que ya tenía.

Todo eso está marcando la ruidosa precampaña política y mediática que nos aturde desde hace unas semanas y que nos seguirá aturdiendo hasta el recuento electoral en la noche del 23 de julio próximo. Pero solo los hooligans de uno y otro lado prescindirán de los retratos poco discutibles que el uno y del otro nos está dejando a través de la prensa, las emisoras de radio y los platós de televisión.

En cuanto a Sánchez: personalismo, inconsistencia, falsedad bien ensayada y escasa fiabilidad, como defectos que, al igual que las virtudes también se amplifican en la sobreexposición. Y en cuanto a Feijóo: falta de proyecto claro, una figura que no enamora, sus lagunas en materia económica y su desconocimiento del inglés, que es la herramienta imprescindible de acceso directo al proceloso mundo de las relaciones internacionales.

Las urnas dirán si los votantes valoran el esfuerzo de Sánchez por humanizar la propia figura, que viene lastrada por su falta de credibilidad, lo cual perjudica el relato que pregona los logros del Gobierno de coalición en materia económica y social. Las urnas dirán también si Feijóo, la contrafigura del actual inquilino de la Moncloa, ha resistido a la presunta remontada socialista en los sondeos tras la salida del jefe a combatir en campo abierto.