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Resulta difícil entender como al PP le han temblado las piernas ante la trampa que le ha tendido Sánchez, en forma de marco moral, con la estigmatización de los acuerdos con Vox. Resulta hasta ridícula esta medrosidad conservadora que le hace aceptar que pactar con la extrema izquierda beneficia al progreso y que hacerlo con la extrema derecha es un crimen de lesa patria, lo cual le condena a no poder gobernar si no es con mayoría absoluta. Y una colosal desfachatez por parte del PSOE, que puede hacerlo con comunistas (una anomalía en la UE), sediciosos separatistas, herederos del terrorismo, teruelistas y todo lo que pueda habitar en el Parlamento por más dañino que pueda ser. Esta izquierda roída carece de fuerza moral para dar lecciones de casi nada.

Otro error del PP ha sido olvidarse de que para gobernar, tanto en CCAA y Ayuntamientos como para llegar a la Moncloa, necesita inevitablemente a Vox. De ahí las posturas intransigentes o incluso el trato infame como el dispensado por Guardiola, imbuida de fervor puritano, midiendo las espaldas de sus indispensables socios con la espada flamígera que vigila el cordón sanitario de lo decente. Fervor que ha dado lugar a una grave crisis a un mes de las elecciones y que ha puesto en peligro los resultados del 23-J en Extremadura, por lo que debería haber dimitido ya en lugar de hacer contorsiones para enmendar su yerro.

Por otra parte, Vox debería abandonar la idea de imponer un gueto de pureza ideológica nacionalista neoliberal, en aras a conseguir un Gobierno cohesionado, con propuestas que el PP pueda asumir.

La pifia más importante, tanto del PP como de Vox, ha sido el olvidarse de su propósito prioritario que no es otro que desalojar al sanchismo del Gobierno y devolver a los ciudadanos el control sobre sus vidas, objetivo del que participan los votantes de ambas fuerzas políticas. Eso obliga a un buen entendimiento que facilite el cambio y no liarse a garrotazos entre ellos, situación que tan bien reflejó Goya en su inmortal cuadro, ante el asombro e incredulidad de sus votantes.

Por el contrario, han estado jugando con fuego, proporcionándole oxígeno al cadáver político que hasta ahora era Sánchez, anteponiendo a los de todos los intereses de sus partidos.

Parece que tanto en Génova como en Bambú domina la cordura y están dispuestos a deshacer el embrollo. No se les hubiera perdonado otra postura. Ahora deberán trabajar en un programa que desguace el sanchismo, que limpie las instituciones de sectarismo, que revitalice la Constitución, pero, también, debe acabar con los extremismos, aplacar el odio que ha envenenado en los tiempos recientes la convivencia y regenerar la vida pública. Gobernar para todos, no solo para los suyos.

No se trata de una alternancia en el poder de normalidad democrática. Tampoco es cuestión de desplazar del poder a un presidente porque nos resulta insoportable por mentiroso, narcisista, etc. Es una cuestión de emergencia nacional. Otro sanchismo, encarnado en un Frankenstein II, sería un grave peligro que amenazaría nuestra convivencia democrática, la libertad y la integridad territorial. Se trata de la supervivencia de España. Cuatro años más de vida del monstruo significaría el cambio constitucional y el fin de la Nación.

La mayor responsabilidad de Feijóo será integrar en el programa de su gobierno aquellos aspectos que aporte Vox, pero marcando una línea roja: no alejar al Gobierno de las políticas de centralidad que son el sentir de una gran mayoría de españoles. No será fácil.