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La filosofía fascista es un esfuerzo para producir una visión del mundo en la que la sociedad no es una relación de personas», decía Karl Polanyi. La afirmación del antropólogo húngaro, escrita en pleno auge del nazismo, conduce directamente a la máxima neoliberal thacheriana de no society, que se quiso imponer a partir de los años 80 del siglo pasado. Ambos momentos que, a toda costa, pretenden proteger el orden social capitalista, tienen de proteico el desprecio y repulsión por los movimientos sociales y la sociedad civil organizada.

Apenas hace unos días, el Nobel Joseph E. Stiglitz decía que «el neoliberalismo ha entrado en su fase final merecidamente». La descomposición de este modelo económico adquiere la forma de una multicrisis continuada –concepto acuñado por el Foro de Davos. Como reacción, o contestación, nace un universo de nuevos movimientos sociales de carácter reivindicativo que se enfrentan a la desigualdad y inestabilidad que ha provocado la absoluta sumisión al mercado. Desde hace poco más de una década la movilización ciudadana vuelve a ser parte importante del mapa político, si es que alguna vez lo había dejado de ser.

La reacción del sistema de poder establecido ante las movilizaciones ha sido autoritaria y destructiva. En el Estado español, la efervescencia de la indignación, en sus diferentes manifestaciones, fue contestada con la ‘ley Mordaza’ (eran tiempos de mayoría absoluta del PP). De esta norma, el Comité de Derechos Humanos de Naciones Unidas dijo que podía cercenar derechos fundamentales de los ciudadanos y exhortó su retirada. La contestación al ‘procés’ –una de las mayores muestras de desobediencia civil de la historia europea reciente– fue la aplicación del artículo 155 de la Constitución, interpretado de manera distinta a la que los constituyentes habían imaginado, y un lawfare que a menudo choca con la Justicia europea.

Ahora existe un frente abierto de reacción contra el feminismo. La derrota electoral del trumpismo en EEUU no se entiende sin el voto de las mujeres a favor de los demócratas, como reacción a la campaña antiabortista de los republicanos. En España, ante el periodo electoral que se avecinaba, el patriarcado tocó a rebato y la guerra judicial contra el feminismo entró en campaña, con un ataque inmoral y lleno de ruindad contra la parte punitiva (responsabilidad del ministerio de justicia) de la ley de ‘solo sí es sí’. Los socialistas, en esta ocasión, al contrario de lo que había hecho Rodríguez Zapatero con la ley de la violencia de género, sucumbieron al envite.

Los socialdemócratas, lejos de la idea conservadora, entienden el individualismo como elemento de fraternidad y vertebrador. Sin embargo, en un escenario mediático totalmente adverso y poseídos por un vahído electoral preocupante, a veces, le compran a la derecha su idea de Estado (¿involución de un jacobinismo primigenio?) y, con ello, parte del marco ideológico del adversario. En las pasadas elecciones municipales y autonómicas, el debate político transcurrió completamente sobre un contexto cultural que le interesaba a la derecha.

Pero, como si el rodar de la rueda no hubiera hecho nada más que empezar, Núñez Feijóo, beato antifeminista, no duda en comparar a Vox («los nietos de los que ganaron la Guerra», según el vicepresidente valenciano Cabrera) con el ideario incel y el negacionismo de la violencia de género. Es una ultraderecha que bebe del caldo conspiranoico y del sectarismo secreto de un inframundo al que «no (le) resulta extraño que algunos acudan al asesinato preventivo de sus mujeres». Panorama aterrador, sin respuesta judicial conocida. La caverna obscura y su espiral de degradación.