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No haría falta explicar la indiscutible superioridad del huevo revuelto sobre la tortilla, pero claro, hoy en día todo hay que explicarlo mil veces. En el huevo revuelto, solo o con ajos tiernos, el sabor del huevo se mantiene al mezclarse consigo mismo, y al igual que en un lienzo impresionista, la clara y la yema conservan su identidad y textura propias, que sólo se unen en el paladar y la mente. De inmediato sabes que te estás comiendo un huevo; revuelto, pero huevo. Si le añades por ejemplo trocitos de tomate frito, tienes unos fantásticos huevos revueltos con tomate, y si en lugar de tomate agregas hongos, alcachofas, espárragos o lo que haya, es un revuelto sin más, que los hay a docenas. Todos magníficos, y por idéntica razón.

El huevo revuelto todavía es huevo. La tortilla, en cambio, bien batida y hasta con un chorrito de nata (una cursilada), es otra cosa que ya no tiene nada que ver con los huevos. Es tortilla y sabe a tortilla, es decir, a mescolanza uniforme y trabada, muy unitaria, que es que como a muchos les gustaría que fuesen las naciones, las identidades y las formaciones políticas. Tortillas, unas tortillas. Ni rastro de yemas y claras, nada de contradicciones y diversidad en boca. Que se jodan los componentes, todo tiene que diluirse en otro todo. Y si para ello hay que romper los huevos, se rompen, y si hay que batirlos hasta perder el sentido, se baten.

Perdonen, creo que se me ha metido la política nacional en un texto sobre huevos. A ver si será cierto que en la actualidad postelectoral (y preelectoral), todo tiene que ser política. Ni me acuerdo cuánto tiempo llevamos hablando de los pactos, negociaciones y forcejeos de nuestras derechas, empeñadas ambas en hacer una tortilla de patatas muy española y homogénea, que cubra todo el territorio. O sea, en batir bien los huevos para que no tengan gusto a huevo, sino a España. Vaya tema de conversación, qué murga.

Los franceses, inventores de la tortilla más simplona, que es la francesa, también la prefieren a los revueltos, para que desde Calais a la Gascuña todo sea Francia. Pero al menos no montan estos espectáculos. En fin, un huevo es un huevo. Un huevo revuelto sigue siendo un huevo y su superioridad sobre la tortilla indiscutible. Y aun así, los hay tenaces. O tortilla o nada.