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Dicen que los recuerdos que conservamos del pasado, en realidad, no son calcos de lo que pasó, sino nuestra interpretación emocional. Ocurre a menudo que cuando preguntas a una docena de testigos de cualquier evento, cada uno te cuenta una versión diferente. Quizá por eso, los de Vox han pactado en Valencia un acuerdo de gobierno con el Partido Popular en el que, después de consagrar la unidad de España, ponen especial atención al afán de derogar las normas que, según su opinión, «atacan a la reconciliación en los asuntos históricos» para, así, «garantizar la libertad de memoria». La expresión no tiene precio. A los fascistas les ha cautivado siempre la palabra libertad, de la que se han apropiado para tergiversarla hasta hacerla irreconocible. Para ellos, la libertad consiste en imponer su visión unidireccional del mundo y someter a los demás bajo la presión de la bota militar. Ahora harán eso mismo con la memoria.

La libertad de memoria se erige de este modo en un canto a la creatividad más delirante. ¿Los hechos históricamente demostrados no me acaban de gustar? ¡No pasa nada! Inventamos otros recuerdos, los moldeamos a nuestra conveniencia, desmontamos a los expertos que llevan décadas estudiando y analizando testimonios y documentos. ¿Qué sabrán ellos? ¡Es muchísimo mejor crear, inventar, hacer literatura! La memoria nos engaña, lo sabemos todos, y por eso necesitamos que alguien más sabio, más centrado, con más poder, nos diga cómo fue realmente el pasado. Nos podemos ir preparando para los próximos años de toxicidad ideológica máxima. Lo peor que podía pasar era darles alas a los que se creen elegidos para transformar este país. Tan grande y libre.