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Nunca sabremos si los otros tres tuvieron éxito, pero del fracaso de Allen West, el cuarto hombre que debía haberse fugado de Alcatraz aquel 11 de junio de 1962, da una idea el simple hecho de que ni siquiera salió en la película con su nombre. Para interpretar a Frank Morris, el director Don Siegel eligió nada menos que a Clint Eastwood, y los papeles de los hermanos Anglin se los repartieron Fred Ward y Jack Thibeau, pero para el personaje de West se inventaron a un inexistente Charley Butts (Larry Hankin en la película) que es quien, cuando por fin consigue arrancar la rejilla de ventilación de su celda, se encuentra con que sus compañeros se han cansado de esperarle y se han lanzado al agua sin él. Hace unos días se cumplieron 61 años de aquello, como han recordado los periódicos, las teles y las radios –y por si faltara alguien aquí estoy yo también--, porque hay historias, en especial aquellas sobre las que no se conoce el final, que no necesitan de números redondos y fechas exactas para seguir siendo recordadas. Y ello porque, 61 años después, los seguimos imaginando libres al final de sus vidas. Al fin y al cabo, ninguno de ellos había matado a nadie y ya escribe Philip Roth en El teatro de Sabbath que ni siquiera en Núremberg sentenciaron a todo el mundo a morir. Morris y los dos hermanos Anglin cumplían condena por atraco a mano armada, mientras que West no era más que un ladrón de coches de poca monta y menos suerte. Fue puesto en libertad en 1967. Cuando murió, en 1978 a causa de una peritonitis, volvía a estar entre rejas.