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El temor a quedar fuera del tablero institucional tras las próximas elecciones del 23-J ha sido el factor determinante para que la cúpula de Unidas Podemos, léase Ione Belarra, haya asumido la incorporación de la formación morada al proyecto político –tengo mis dudas– que lidera Yolanda Díaz. La estocada electoral que recibió el partido que logró colar hasta cuatro ministros –uno de ellos como vicepresidente– en el Gobierno de Pedro Sánchez hace apenas dos semanas ha sido determinante, mejor asegurar algo que perderlo todo; ese parece haber sido el argumentario para este acuerdo exprés. Da la impresión de que toda la izquierda se huele un cataclismo, algunos piensan que con razón. Con todo, conviene ser prudente en los vaticinios; las sorpresas también cuentan en las urnas.

Este miedo escénico entre las fuerzas progresistas está más que justificado, así lo entienden sus dirigentes a la vista de las decisiones que están tomando desde que se convocaron las elecciones generales. El episodio más reciente es la alianza de Unidas Podemos con Sumar, lo que en mi tiempo –cuando se introdujeron las matemáticas modernas en el Bachillerato– se definía como un conjunto vacío. Lo de Díaz es una ameba ideológica, apéndice del PSOE para lo que sea de menester envuelto en una fina capa de buenismo. Nada más.

El cinismo de Pedro Sánchez también ha engatusado a los barones descabalgados del PSOE, como en Balears ha ocurrido con Francina Armengol, que ha puesto los pies en polvorosa hacia el Congreso supongo que con el compromiso firme de una cartera en el Gobierno si suena la flauta; todo antes que tener que pasar por la humillación de asistir a la investidura de Marga Prohens como presidenta desde los escaños de la oposición. Si el PSOE no amarra el poder tras el 23-J, la situación interna será explosiva y no parece que el PSIB actual pueda evitar una implosión.

La desesperación socialista alcanza todos los niveles. El reparto de ministros cuneros –una práctica desaparecida en la política española desde la Transición y a la que tan aficionada fue la UCD– tiene un punto patético, la lucha por un escaño ha obligado a colocar a la práctica totalidad del Consejo de Ministros en la madrileña carrera de San Jerónimo.

Vox se revuelve

Lo que parecía un acuerdo estratégico entre PP y Vox hasta después de las elecciones de julio se está desvaneciendo, así parece tras el desplante de Jorge Campos en la cita fallida con los conservadores. Condicionar las investiduras locales y autonómicas a la existencia de acuerdos previos entre ambos partidos da argumentos a la izquierda, casi son seguridad menos de los que desearía pero siempre será un factor de movilización de un sector del electorado progresista. Jugar las piezas disponibles en cada momento es muy complicado, pero debe calibrarse si ganar una batalla puede comprometer el resultado final de la guerra. Hasta ahora, el PP confiaba en la abstención de Vox como el mecanismo que aseguraba el poder en el Govern, Consell y Ajuntament de Palma; ahora la derecha radical también quiere tomar parte del festín desde el primer momento. Se verá en qué acaba todo esto.