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Los partidos situados en los extremos del arco político, a izquierda y derecha, tienden a atribuirse el papel de garantes de las esencias de sus respectivos ámbitos políticos. Ha sucedido con Més y Podemos apropiándose de las acciones del Govern (y con Bildu y ERC en relación con el Gobierno de Pedro Sánchez), y sucede con Vox tratando de erigirse en faro de las políticas del PP.

En este segundo caso, los verdes, por su color corporativo, cuentan con el amplio despliegue de recursos mediáticos de la izquierda para dar por hechos los pactos PP/Vox, imprescindibles para que los perdedores del 28-M puedan desarrollar el discurso de «la extrema derecha y la derecha extrema» anunciado por Sánchez y repetido en Baleares por Armengol, Negueruela y todos cuántos tiene ocasión de colocarse ante un micrófono. Aunque las recientes experiencias electorales hayan demostrado su inutilidad. Contraen un riesgo: poner de manifiesto que no hay ideas ni propuestas. Ante la presión que se ejerce sobre el PP, es inevitable la comparación con la complacencia con que se aceptaron los acuerdos del PSOE con Bildu y demás partidos cuyos objetivos pasan por desmantelar la Constitución y derribar la Monarquía.

En los primeros tanteos para la investidura de Marga Prohens, Vox exige una negociación de igual a igual con el PP, lo cual, de entrada, tergiversaría los resultados electorales. La responsabilidad atribuida por los ciudadanos a cada partido es la que es y la de Prohens es dirigir el Govern, en minoría y en solitario. Si en algo tienen parte de razón los portavoces de Vox es que la investidura de la candidata del PP depende de sus votos. Y esa es su encrucijada. Torpedear el cambio en las instituciones de Baleares significaría la desaparición de ese partido.

Vox y PP no son iguales. Es innegable que hay electores de la derecha sociológica -quienes compartían la narrativa de «la derechita cobarde»-, y también en el PP que defienden abiertamente una alianza estable y profunda entre los dos partidos, pero también es cierto que entre los populares hay nutridos sectores que han de sentir escalofríos sólo de pensar que su partido ha de sentarse a hablar con quienes han hecho de la devolución de competencias en educación y sanidad y la hostilidad manifiesta hacia la lengua catalana propia de las Baleares los fundamentos de su posición política, entre otros excesos programáticos, que convertirían en inasumible un gobierno de coalición.

Quizá yerran quienes, una vez amortizados el PI y Ciudadanos, dan por muerto el centro político. El desplazamiento del PSOE hacia la extrema izquierda ha dejado huérfano una parte de ese espacio y en política el vacío no existe, inmediatamente es ocupado por otro actor. En este caso, ha sido el PP el partido que ha levantado la bandera de la tolerancia y el sentido común incorporando incluso fórmulas de la socialdemocracia clásica, especialmente en cuestiones de carácter social. Aunque las recientes elecciones han evidenciado el rechazo mayoritario a la crispación y los disparates legislativos, las comparecencias gubernamentales, nacionales y regionales, siguen siendo el escenario de la descalificación permanente del opositor. Frente a las ofensas, el tono conciliador y propositivo del PP se erige en alternativa fiable.