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La convocatoria adelantada de las elecciones generales al próximo 23 de julio para ensombrecer la victoria inapelable de la derecha –Partido Popular y Vox– en los pasados comicios del 28-M es la última de las acrobacias de Pedro Sánchez, una decisión arriesgada con la que trata de salvar su trayectoria política personal y en la que ha arrastrado a Francina Armengol. El resto le importa un bledo. Tampoco debería sorprender tanto este último gesto, coherente con el trilerismo que le caracteriza. No le resultará fácil limpiar su imagen en los escasos cincuenta días que quedan para los comicios, los ciudadanos no tienen memoria de pez, pero tampoco hay que desdeñar las opciones que le brinda una llamada a las urnas en plena canígula y con medio país de vacaciones.

Empieza mal Sánchez en su estrategia electoral. Querer meter en un mismo saco el Partido Popular de Alberto Núñez Feijóo y Vox es un error de bulto, esta asimilación no se la han comprado los electores en Madrid, Andalucía ni en Castilla-León. Además, alguien tendría que explicar con detalle los riesgos del entendimiento entre PP y Vox frente a los del PSOE con ERC y EH-Bildu. La necesidad de pactar con extremistas es una asignatura troncal en el marco del parlamentarismo español. Las reglas son las reglas.

En las elecciones del 28-M quedó muy claro que el gran fracaso de la izquierda corrió a cargo de Unidas Podemos (lo de Ciudadanos estaba escrito desde hacía mucho tiempo), el partido morado recogió los frutos de tanta estupidez y ocurrencia institucional en los ayuntamientos y consells. También parece que en el Gobierno central. Recomponer este desastre es todavía más complicado que el del PSOE, el (al menos para mí) previsible entendimiento entre Ione Belarra y Yolanda Díaz genera enormes dudas. La principal es quién paga la fiesta de la coalición y luego cómo se reparten los egos acumulados en Unidas Podemos y Sumar. Ojo. El PSOE podría acumular un importante avance a costa de machacar al partido morado. Todo son hipótesis todavía. Quedan unas semanas para que se aclaren las cosas.

Más inteligente se está comportando el PP, una formación que, como insiste Marga Prohens en Balears, marca distancias con Vox para evitar las hipotecas electorales a corto plazo. Una estrategia que parece que también ha entendido Santiago Abascal. Antes del 23-J, tonterías las justas. Luego ya se verá.

¿Y los regionalistas?

Poco se habla de los catastróficos resultados obtenidos por Proposta per les Illes (PI), la formación regionalista que ha quedado, por primera vez, fuera del Parlament desde su fundación en 1982, entonces como Unió Mallorquina. Una exigua representación en el Consell de Mallorca, dos escaños, es el escaso botín político obtenido el 28-M por el partido que dirige Josep Melià. El PI no ha rentabilizado el peso que tenían en muchos ayuntamientos, pero de manera muy especial ha sido incapaz de llenar el vacío que generó la marcha del que fue su líder, Jaume Font. Las ideas son esenciales, pero las personas también. Hay un espacio político que sigue en disputa, seguro que nos deparará titulares más pronto que tarde.