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Hemos de agradecer a Vinicius su rebeldía, su indocilidad, su obstinación en luchar contra la injusticia desde el primer día que le insultaron desde las gradas con aullidos racistas quienes no podían soportar que su talento dejara en mal lugar a los defensas de casa y ser uno de los mejores delanteros del mundo. Pese a su juventud, se ha mostrado intransigente ante esa inaceptable conducta, mientras las autoridades deportivas y las otras miraban para otro lado durante años ante la persecución salvaje que sufría el joven talento y otros que le precedieron. Su tesón y valentía han dado un aldabonazo que ha despertado al mundo entero y que va hacer corregir esta pasividad cómplice que unos y otros han mantenido. Aún hay quien intenta quitar importancia a ese indigno hecho queriendo reducirlo a una pequeña parte de la afición, cuando ha habido campos en que eran mayoría quienes le hacían el uh uh uh; incluso los hay que pretenden culpar a la víctima.

Algún día deberían tomar ejemplo el Gobierno y la Fiscalía General (perdón por la redundancia) para responder a las conductas racistas en el País Vasco y Cataluña. Que se salga al paso del profundo racismo y de la xenofobia, tan arraigados en el independentismo, que se viene ejerciendo en esos territorios.

Ciñéndonos a Cataluña, son supremacismo y racismo los guetos y los cordones sanitarios, el impedir escolarizarse en la lengua de su propio país, sancionar a los escolares que hablan español en el patio, hacen pasar un calvario al niño de Canet, a los comerciantes que rotulen en su idioma en su establecimientos… Es racismo que desde la TV3, su vocera, se insulte a diario a España y los españoles, como en la parodia infame de la Semana Santa sevillana, a la Virgen del Rocío y las creencias de los católicos andaluces y sus tradiciones culturales. Es racismo marginar y tratar con desprecio al que no pertenece a su propia identidad, la relegación de los agentes de las Fuerzas de seguridad estatales en las listas de vacunación del Covid, señalar en las escuelas a los hijos de estos agentes, el que en los pueblos pequeños no se pueda votar a partidos constitucionalistas por miedo a ser localizado y marginado…

Ni siquiera procuran disimular su rampante xenofobia; ahí está recogido el pensamiento del que sucedió a Puigdemont como presidente de la Generalitat, Quim Torra: «Ahora miras a tu país y vuelves a ver hablar a las bestias. Pero son de otro tipo. Carroñeras, víboras, hienas. Bestias con forma humana, que destilan odio. Un odio perturbado, nauseabundo, como de dentadura postiza con verdín, contra todo lo que representa la lengua» (…) «Es una fobia enfermiza. Hay alguna cosa freudiana en estas bestias. O un pequeño estremecimiento en su cadena de ADN. ¡Pobres individuos! Viven en un país del que desconocen todo: su cultura, sus tradiciones, su historia».

No es un caso aislado, Anna Erra, la alcaldesa de Vic, en su día defendió la existencia de una raza catalana y abogaba por «poner fin a la costumbre de hablar en castellano con cualquier persona que por su aspecto físico o su nombre no parezca catalán». Añadió que había que distinguir entre catalanes «autóctonos» y los que no lo son. Una muestra de trastorno delirante o de crisis paranoica, una metodología xenófoba de reconocimiento y aislamiento.

Para este racismo del odio subvencionado que las autoridades fomentan y lideran, no hay respuesta política ni social; no veremos al resto del mundo protestar, como en el caso Vinicius. Ni en las calles ni en las plazas se manifestará nadie.

Y menos desde la Moncloa, que los victimarios son sus socios.