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Cuando mañana vayan a votar (sí, hay que votar porque la abstención nunca es una opción válida) olvídense de los insultos, de los exabruptos de las descalificaciones personales que han escuchado o leído en los últimos tiempos (porque si se acuerdan no votarán a nadie) y procuren centrarse en lo verdaderamente importante, quien puede gestionar mejor el municipio o la comunidad autónoma.
Qué tiempos aquellos en los que la clase política no era clase precisamente sino profesionales preparados, ciudadanos comprometidos con el bien común, políticos ocasionales provenientes de distintos ámbitos laborales con sentido de la ética y de la moral pública.

A menudo oí decir que en la empresa familiar hay una primera generación que crea la riqueza, una segunda que la consolida y una tercera que la dilapida. Me pregunto si en nuestra democracia no está ocurriendo lo mismo desde la transición cuando la mayoría de los políticos se movían con espíritu de servicio al país y con el anhelo y el entusiasmo de crear un sistema democrático de libertades que tuviera calidad.

Felipe González contaba que a los brillantes políticos europeos de su generación (Kohl, Mitterrand, Thatcher, etc.) les decían, sin embargo, «¿Políticos?, los de antes» (De Gasperi, Spaak, Adenauer, Schumann, etc.). O sea, que siempre parece que la generación anterior hacía mejor las cosas.

Lo cierto es que el actual sistema electoral con listas cerradas no favorece que surjan fuertes personalidades con ideas propias y con sentido de país. Cada vez entran en política personas más jóvenes con escasa formación que si tienen la suerte de salir elegidos o de sustituir a algún elegido que deje el cargo pueden encontrarse a los 22 años al inicio de una carrera que fácilmente durará toda la vida. No tienen alternativa si un día tienen que dejar la política.

La mayoría de los votantes en las grandes ciudades se inclinará por unas siglas no por unos nombres. Lo importante es valorar si la ciudad está mejor ahora que antes, cuando el partido gobernante en la ciudad tomó la responsabilidad de gestionar el municipio. Si han cumplido las promesas o han sabido explicar porque no han podido cumplirlas. Si se han preocupado de verdad por los problemas reales o solo por aquellos que potencialmente pueden dar votos.

A la hora de votar no solo está en juego el partido y las personas que van a gobernar la comunidad autónoma y el municipio. Está en juego también la calidad de nuestra democracia en la que demagogos (los que venden humo), populistas (los que se arrogan toda la razón) y mentirosos (los que engañan a sabiendas) no deberían tener sitio. Me asusta pensar que, dentro de 20 o 30 años, la gente pueda decir «políticos, los de antes».