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Hoy es uno de esos escasos días, que a veces hay que esperar años hasta que se repitan, en el que los políticos y candidatos electorales guardan obligatorio silencio a fin de que podamos reflexionar. Y aunque les está permitido decir chorradas (lo contrario sería inhumano), y lanzar recias arengas para que mañana votemos en masa so pena de grandes calamidades, tienen prohibido gallear y sacar pecho exhibiendo su superioridad sobre todos los demás. Por lo de la reflexión, para no interrumpir el proceso reflexivo del votante. Es un mal día para los políticos, que además de los nervios previos a la gran jornada donde se resuelve su destino, deben guardar las formas y mostrar un respeto al que no están acostumbrados, y en definitiva, no pueden ser ellos mismos. Muchos no lo logran; se les va la lengua y la olla, no se pueden contener.

Pero para la ciudadanía también es un día raro, porque si bien es un enorme alivio que la pesadilla de la campaña se termine por fin, eso de reflexionar («Es difícil si no lo has hecho nunca», decía Gloria Grahame en Los sobornados) puede sacar de quicio a cualquiera poco habituado. O a quien se note más indeciso conforme más lo reflexione, o a los numerosos convencidos por experiencia, como yo mismo, de que si lo piensas es peor. «No pienses, hazlo», es el slogan más exitoso del siglo, y si cambiar de ideas es complicado, figúrense cambiar de slogan. Quizá este día de reflexión no debería existir, es una broma política de mal gusto, una sucia venganza de los candidatos («Reflexionad, reflexionad, cabrones»), pero lo cierto es que existe, y más vale verle el lado positivo. Hoy los políticos se callarán un poco, remitirá un tanto la algarabía, y si se sujetan la cabeza con una mano, es fácil simular que están reflexionando. Los indecisos a los que abruma la responsabilidad, recuerden que son unas elecciones locales y municipales, no el fin del mundo, ni de vida o muerte. Saber que precisamente los indecisos decidirán, que son los amos del cotarro, tampoco debería afectar a sus indecisiones. Reflexionemos, sí, pero sin excesos y sin pasarse de rosca. Unos veinte minutos bastan, el tema tampoco da para más. Más, ya sería cagarla.