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Hay en Mallorca varios campos de experimentación para encontrar el almendro ideal. Supongo que la investigación de nuevas variedades es lo que los agricultores desean: árboles que resistan la sequía y menor cantidad de agua de lluvia. Los científicos propugnan la vuelta al secano del que nunca se debería haber salido aunque haya menos producción. Árboles resistentes a la maldita Xilella fastidiosa y otras plagas, de floración tardía para evitar las heladas, mejor adaptados para facilitar la recolección… En fin, un plan para mejorar un producto que sea comercial y que lleve el sello de Baleares como garantía de calidad y sabor. Ahí está la mítica marcona y las también exquisitas, largueta y larga, que en otros sitios llaman malagueña. No lo digo yo, que son las favoritas de turroneros, pasteleros y otras gentes con gusto que las toman torradas.

Y esta fama de buena almendra está en entredicho Lo digo porque se extiende la sospecha de fraude alimentario por veinticinco toneladas de almendra, al parecer australiana, envenenadas por toxinas. Si los espabilados quemaron la cáscara y no frutos, las almendras pueden estar en el mercado. Varias toneladas camufladas entre las setenta mil que produce la Isla. A eso se le llama dar gato por liebre con alto riesgo para el consumidor. A uno le gustaría que, además de mayor vigilancia, las partidas y hasta las bolsitas de aperitivo llevaran en la etiqueta todos los datos desde el origen hasta el envasado, eso que ahora se llama trazabilidad. La marcona de aquí es casi como la ensaimada o la sobrasada.