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Una cosa es, y absolutamente necesaria por cierto, sustituir cuanto antes los combustibles fósiles por energías renovables, y otra, muy distinta, que el caos y los perjuicios que se están produciendo por la implantación masiva, especulativa y desordenada de éstas se normalicen por considerarlos el necesario peaje de dicha sustitución. A eso se le llama ‘desnudar a un santo para vestir a otro’, que es lo que pasa cuando se intenta arreglar algo estropeando otra cosa.

Cualquier mente medianamente despejada puede entender lo absurdo de combatir el sindios climático, el destrozo del medio ambiente, de la naturaleza, del aire que respiramos y del agua que bebemos, y del equilibrio ecológico, con algo igualmente dañino, o, cuando menos, según el modelo de renovables en boga, el de los macroparques eólicos y solares, que, sobre hacer trizas a las aves, espantar la fauna, comprometer la flora, hacer un ruido insoportable y corromper el paisaje, no crea empleo ninguno allá donde se instalan, en el mundo rural que para sobrevivir necesita exactamente lo contrario de todo eso, por no hablar de las expropiaciones forzosas de terrenos fecundos so capa del ‘interés público’, cuando en realidad se ejecutan en beneficio del interés privado de los propietarios de esos macroparques.

Hay ya municipios con el 10 % de su territorio, muy bello y muy feraz, invadido por esos gigantes que bracean de manera espantable (Don Quijote tenía razón, no eran molinos). No es que se estén poniendo, para cumplir con los planes de ‘descarbonización’, unos cuantos aerogeneradores aquí y allá, y siempre en yermos, en baldíos y con estudios exhaustivos que garanticen un nulo o mínimo impacto en el entorno natural, sino que se están poniendo a lo bestia. Mueve mucho dinero ese negocio, y el dinero, como se sabe, contamina y pervierte cuanto toca.