TW
0

Empieza mal la campaña si la apariencia y la vestimenta de nuestros candidatos son objeto de toda preocupación y controversia. Para levantar esta democracia tan devaluada cabe exigir veracidad y transparencia en el debate y en las propuestas. Aunque todo sume sólo cuenta la honestidad de los programas que van a determinar nuestro próximo rumbo. Propuestas que exigen diligentes gestores y no enchufes de partido a modo de recompensa (incluso a sabiendas de su inutilidad o su dudosa reputación). Es lo que tiene esta democracia de listas y que lleva a no votarlas cuando se incluyen a personajes que nos generan repulsa o reticencias. Eso es lo que protagoniza estas cuatro semanas; explicar proyectos y el porqué de determinados nombres en unas listas cuya finalidad nunca es pagar trabajo a favor del partido. La democracia necesita savia nueva y buenos gestores si realmente queremos afrontar retos y remontar cualquiera de las depreciaciones que nos acechan (sociales, económicas, culturales). Estas semanas deberían tener validez contractual y también quedar debidamente documentadas con el fin de poder atribuir sanciones y penas a aquellos que incumplieran sus promesas. Promesas que no pueden ser mentiras ni tampoco basarse en la visceralidad. Por otro lado, la política debe ser comprensible y eso presupone una transparencia que queda muy lejos de lo deseado cuando finalmente la actividad de los gobernantes no se vincula a aquello que llevó a nuestros dirigentes al poder. No difundamos ni aplaudamos objetivos que de antemano se sabe que no se van a cumplir, ni tampoco cambios o reformas que no dependen ni están entre las competencias de los que nos solicitan el voto. Estamos cansados de las excusas que ponen el foco en otras instancias, como si no se supiera que quien promete una acción o resultado no tiene la última palabra al respecto. Son semanas de mucho trabajo y de una cercanía que en breve se perderá. Somos ahora parte de un teatro algo macabro porque los elegidos condicionan nuestras vidas; en lo ideológico o en lo ordinario como con obras eternas y mal planificadas o no impulsando infraestructuras que, incluso impopulares, pueden ser absolutamente necesarias. No votemos –ya lo he dicho en otras ocasiones– como si fuéramos hinchas de fútbol, es más, creo que resulta muy sano utilizar tres papeletas diferentes a la hora de ejercer nuestro sufragio activo. Hay que acabar con la abstención y con las falacias de quienes atacan la casta y terminan siendo peores que ella. La democracia es un patrimonio valioso y aunque no exige título únicamente es aceptable un acceso a listas y a las instituciones bajo determinados requisitos que acrediten preparación y compromiso. Es tiempo de verbo o marketing y lo anunciado puede resultar muy bonito y convincente hasta que llegue la reflexión profunda sobre las papeletas que vamos a depositar. Es imprescindible ser conscientes y críticos, los políticos permanentemente nos imponen obligaciones, nosotros –al menos puntualmente– también ostentamos este derecho.