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Dos vectores se cruzan en un acercamiento preventivo al posible desenlace electoral de la lucha por la Alcaldía de Barcelona:

Uno en clave nacional –lucha por La Moncloa–, que nos remite a las buenas expectativas del candidato socialista, Jaume Collboni, para convertirse en la coartada de Pedro Sánchez para compensar la muy probable irrelevancia del PSOE tanto en la Comunidad como en el Ayuntamiento de Madrid. Y otro en clave catalana. El que constata la renuncia de los dos grandes partidos independentistas (ERC y Junts) a utilizar la cuestión identitaria en la campaña electoral.

Tanto Xavier Trias (secesionismo de derechas) como Ernest Maragall (secesionismo de izquierdas) han dejado de ponerse estupendos con el derecho a decidir, la amnistía o las arremetidas verbales contra el Estado represor. Lo cual, dicho sea de paso, revela hasta qué punto se ha desinflado el octubrismo.
Otra cosa es determinar si esta indolente actitud de los independentistas es debida al hartazgo o a los pacificadores retoques del Gobierno al Código Penal en los delitos de sedición (borrado) y malversación (rebaja de penas).

Sobre esos dos ejes de la batalla que se avecina en Barcelona galopa el quinielismo sobre los pactos del día después que ha de abordar el candidato con mayor número de concejales, a sabiendas de que ninguno de los tres posibles ganadores (Collboni, Trías o Colau) alcanzará ni de lejos los 21 concejales que le permitirían gobernar con mayoría absoluta.

Aun con un bajo número de concejales (las encuestas le dan hasta cuatro en estos momentos) el PP, representado por la candidatura de Daniel Sirera, aparece como el actor clave a la hora de decidir quién se quedará con el bastón de mando en la Alcaldía de la capital catalana: ¿Uniría sus concejales al derechista Trías para desalojar a Colau, como le piden muchos votantes del PP? La hipótesis envenena los sueños de Feijóo, que tendría que explicar su inesperado respaldo al candidato de Puigdemont.