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Los estudiantes de mayo del 68 se volvieron honderos a lo bestia porque querían mostrar al mundo que debajo de los adoquines de París había playas. Los hijos de aquella revuelta están en Palma. Le han dado una vuelta a la metáfora y se han ido de pícnic a la plaza. La semana pasada se publicó una fotografía de unas chavalas que montaron mesa y silla en pleno centro histórico, en la plaza de Sant Jeroni. Hijas del turismo de alquiler, le enmendaron la plana al Occupy para darse una merendola de mallorquinidad. Si sus padres emularon al hondero balear, por qué ellas no iban a asemejarse a nuestras bisabuelas y abuelos saliendo a la plaza a tomar la fresca. No lo habría podido idear mejor ni la mejor campaña turística de este archipiélago que, al parecer, a tenor de sus anuncios nada más llegar al aeropuerto, parece el paraíso, un territorio virgen al que explorar.

La fotografía al ser publicada por un medio de comunicación y repicada a golpe de silbido adquirió tal relevancia que provocó encendidos debates entre los que pusimos el grito en el cielo y los que condescendían sintiendo que ese gesto convertía a las turistas en nuestras abuelas. Es decir, se volvían muy nuestras.

Andaba en la clase de Alexandre Miquel de Antropología de las Sociedades Contemporáneas cuando planteé el dilema del ser o no ser del pícnic a la fresca en espacio público. Entendí que la dicotomía obedecía a actitudes de mayor o menor tolerancia frente a un hecho incuestionable: Mallorca es la evidencia de su ser una sociedad turística, y como tal, frente al que llega y se apodera del territorio, los nativos nos enfrentamos como si fuéramos Montescos y Capuletos. Ya sabemos como acabó el drama, Romeo y Julieta muertos.

Yo me confieso contraria a este sainete de déjeneur sur la place porque peino canas y me puedo imaginar cómo acabará. El efecto contagio está asegurado gracias a la difusión meteórica que aportan las redes sociales, y cómo los avispados cazadores de ideas acabarán montando sus campañas turísticas con un ‘saca la mesa y silla a la fresca de la calle y te convertirás en un mallorquín de toda la vida’. Para que los pesados como yo no alcemos la voz, se llegará a un pacto con las autoridades competentes y ya tenemos una modalidad más del turismo de sensaciones. ¿No tenemos suficientes pruebas en este paraíso perdido?

Esta semana se ha presentado el primer episodio de la serie Arxipèlag Blau en el que se mostrarán las maravillas del mar «para inspirar optimismo y ayudar a construir un futuro mejor para su conservación», apuntan desde la Fundación Marilles. La miraré atentamente. Amo el mar. Mi optimismo crecerá si se ponen límites a este modelo económico del monocultivo turístico que está provocando la destrucción de nosotros todos. Paremos un poco. Nuestras abuelas nos lo están susurrando desde sus balancines a la fresca. Sus biznietos nos lo agradecerán.