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Terraferida acaba de anunciar que abandona. No pueden más. La decepción es tan enorme que no les ha quedado más remedio que tirar la toalla. Al menos, de momento. Algo completamente comprensible en una sociedad a la que le importa muy poco su tierra. Los mallorquines pondrán el grito en el cielo ante esta afirmación categórica, pero es así. Tristemente. O quizá, aunque les importe su tierra, les importa mucho más el negocio, el dinero y la supervivencia. Los miembros del grupo decidieron desde el primer momento, hace ocho años, desvincularse por completo de cualquier ayuda pública o empresarial. Cosa lógica que deberían propugnar todas las ONG (como su nombre indica, son organizaciones NO gubernamentales) para garantizar la libertad de acción y la total independencia de cualquier fuente de presión institucional. Pero ello conlleva, ay, una falta de recursos que demuestra, una vez más, lo poco que le importa a esta sociedad lo que está en juego. Porque si todos los ciudadanos de esta Isla pusieran algo, aunque fuera poquito, de su parte y de su bolsillo, otro gallo cantaría. Pero no. Aquí lo que prima es la necesidad de que la rueda siga girando. Comprobamos por las bravas cómo le va a Mallorca cuando el turismo se detiene. En pandemia, las colas del hambre ofrecieron la triste imagen de una economía que depende casi en exclusiva de que nos visiten y esquilmen. Se ha diseñado así desde hace décadas y nadie hay dispuesto a revertirlo. Como bien dicen los de Terraferida, lo más decepcionante es que llevamos ocho años de gobiernos de izquierda y nada han hecho para minimizar los daños que la sobreexplotación turística originan al medio ambiente, al mar, a la calidad de vida y al paisaje de Mallorca.